Iberindia

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Iberindia,
Tierra para la Libertad
Antonio Fernández Benayas
 
 
HIJA DE ESPAÑA Y DEL SOL
Hasta muy entrado el siglo XIX no se tuvo noticia en
Europa de la existencia de Iberindia
Rogelio Campazas Manulia fue el primer embajador
de Iberindia en España. En la entrega de sus cartas
credenciales a la reina Isabel II el día 11 de octubre de
1859, el embajador leyó el mensaje que, a todos los hermanos
españoles, dijo, dirigía su excelencia el Presidente
de la República de Iberindia:
Para ser mejor conocido por Vuestra Majestad y el
resto de los españoles permitidme, señora, que me extienda
un tanto sobre el origen, forma de ser e historia
de mi nación.
Nuestros visitantes afirman que Iberindia, para nosotros
hija de España y del Sol, es uno de los más bellos
países del mundo. Yo añadiría que es, también, uno de
los mejor preparados para vivir en libertad. Por el Norte,
el Este y el Sur está abrazada y protegida por el Gran
Caudal, que se hace intransitable pantano a lo largo de
toda la ribera; el pantano está bordeado por una franja
de tupida selva, cuyo dominio, durante siglos, fue cedido

al jaguar y a diversas especies de serpientes a cual más
peligrosa; a lo largo de todo el Oeste, como infranqueable
muralla de granito, se extiende una elevadísima y
escarpada estribación de los Andes, las Columnas del
Cielo, que llamaron nuestros antepasados.
La riqueza y disposición del resto de nuestro suelo
parece una invitación a la autosuficiencia: tenemos extensas
y fértiles llanuras en que, desde muy antiguo, han
pastado nuestros rebaños de ovejas, alpacas y vicuñas.
También, desde hace cientos de años, se ha cultivado el
maíz, el trigo, el arroz, el cacao, la banana, la patata, la
caña de azúcar, el olivo, la vid y el naranjo.
Contamos con extensos bosques de eucaliptos y “árboles
de la vida” o carnaúbas, con cuya corteza nuestros
artistas elaboran figuras que recrean la historia, en sus
raíces se alberga el remedio a muchas enfermedades, de
sus tallos se extrae el almidón, con sus troncos se construyen
casas, con sus fibrosas hojas se fabrican cuerdas,
cestas, sombreros, aparejos de pescar o esteras mientras
que de su savia y frutos se extrae suficiente azúcar para
toda la población.
Nuestro subsuelo ofrece hierro, cobre, aluminio, plomo,
manganeso, mercurio y, últimamente, también petróleo.
Pero, sin duda, el mejor regalo que la Naturaleza
ha dado a Iberindia es nuestro singular mar interior, el
Ombligo Azul, irresistible punto de atracción para el
ocio y rico en especies como el dorado, la carpa real o
prolíficas tortugas de agua, de que viven miles de pescadores.
Nuestros sabios presentan a Iberindia como un país
en el que la solidaridad tomó carta de naturaleza desde
el principio de su historia, algo así como si hubieran
adivinado el Cristianismo.

Adoraban al Sol como reflejo de un único Dios creador
y todo amor. Existen pruebas de que ese dios es el
mismo al que los incas llamaron Pachacamac como
también existen pruebas de que lo mejor de las culturas
Moché, Nazca, Tiahuanaco, Chibcha, Quimbaya, etc.,
nació en nuestra Chiripanique, que es como se conoció a
Iberindia antes de la llegada de los españoles.
La Chiripanique de entonces, siempre defendida por
sus murallas naturales de cualquier malévola apetencia
exterior, sí que permitía los viajes al extranjero de sus
mejores hombres y mujeres por lo que resultó ser semillero
de cultura para otras tierras; eran hombres y mujeres
obligados de por vida a la discreción absoluta sobre
sus orígenes y sobre la existencia de lo que se llama ahora
el Paso Misterioso, el desfiladero desconocido por Europa
hasta hace no más de cincuenta años.
Ahora es de justicia divulgar que fue en nuestra Chiripanique,
hoy Iberindia, en donde se forjaron las vidas
y personalidades de Manco Capac y Mama Ocllo quienes
generosos, valientes y bien adiestrados, fundarían el
Tuantinsuyo o Imperio de los Cuatro Puntos Cardinales
conocido por los españoles como Imperio Inca. Según
nuestra historia, a Manco Capac y Mama Ocllo les
había comisionado Sinqui Capac XXIII, Primer Mandatario
en el año 2750 (el 1215 de la Era Cristiana). Un
primer mandatario de entonces era el equivalente al presidente
de un gobierno democrático actual: el verdadero
poder residía en un senado compuesto por ciento cincuenta
miembros elegidos por riguroso sorteo entre los
mayores de cincuenta años y menores de setenta, renovable
en su mitad cada año y con atribuciones para
promulgar leyes y elegir al Primer Mandatario. La elección
de éste, que habría de ejercer por un año prorroga-

ble en función de nuevas elecciones, se hacía entre los
voluntarios de probado reconocimiento público. Recuerda
la Historia que el citado Sinqui Capac XXIII fue reelegido
por quince anualidades sucesivas.
Allende los montes, Manco Capac y Mama Ocllo
pronto cedieron a la fiebre del poder: se hicieron llamar
Hijos del Sol y considerar como de raza aparte con derechos
de vida y muerte sobre todos sus súbditos; se unieron
carnalmente a pesar de ser hermanos e hicieron de
su familia un clan impenetrable.
No merece la pena extendernos sobre la historia de
los sucesivos incas o emperadores del Tuantinsuyo hasta
el último de ellos, el malhadado Atahualpa, una de cuyas
primas, la princesa Lloquemama, y un pequeño séquito,
huyendo del lavado de sangre y fuego impuesto
por el conquistador Pizarro, vinieron a refugiarse en
Chiripanique: por secreto transmitido de generación en
generación, la princesa Lloquemama conocía el Paso
Misterio y, a través de él, se salvó de la sangrienta refriega.
Entre el séquito se encontraba una grupo de veinte
españoles que no compartían los métodos de Pizarro.
Uno de ellos era Pedro Soto del Valle, que logró enamorar
a la princesa Lloquemama hasta convertirla al Cristianismo
y desposarla. Tuvieron nueve hijos, entre ellos,
la bellísima María Dulce que casó con un Primer Mandatario
de feliz memoria, al que las crónicas recuerdan
como Huaka Koyak o Amigo de los Pobres.
A Huaka Koyak y a Pedro Soto del Valle debemos el
cambio de nombre de Chiripanique en Iberindia. Es un
nombre que sugiere unión de razas o armoniosa síntesis
entre una noble parte del pueblo ibérico, crisol de viejas
culturas y otra parte de los hijos del Sol o amigos de la

Libertad, que a sí se consideran a sí mismos esas gentes
que los europeos llamáis indios americanos.
Pedro Soto del Valle, buen conocedor de la matemática
y la física, se había preocupado también por profundizar
en las Humanidades y la Filosofía. Contaba
como la más rica de sus experiencias el haber seguido en
Salamanca los cursos de Crokaert y del maestro Vitoria.
Con ellos pensaba en la igualdad de todas las razas, en
la fraternidad universal y en cómo una guerra no podía
ser justificada ni siquiera por la predicación del Evangelio
y, mucho menos, por el afán de incrementar el poder
del Emperador. Fue secundado en ello por uno de
sus compañeros, años atrás investido en Toledo como
Obispo, lo que, en sus propias palabras, venía a significar
siervo de los siervos de Dios. Era el llamado Padre
Jerónimo de Ciempozuelos: más amigo de los humildes
que de escalar honores, se había incorporado a la expedición
de los conquistadores como simple sacerdote y no
ejerció de obispo hasta que las circunstancias le obligaron
a ordenar nuevos sacerdotes.
Los otros dieciocho españoles, de diversos oficios y
grados de formación, pronto enamoraron a las mujeres
de su gusto y formaron familia. Sus hijos y los hijos de
estos hijos se adaptaron a muchos de los usos y costumbres
de nuestro pueblo al tiempo que difundían el buen
creer y amar de la santa Religión Cristiana.
Pronto hubo universidades en las que se enseñaba lo
más avanzado de la Ciencia y de la Cultura de la época.
Las más importantes disciplinas eran continuamente
actualizadas merced al esfuerzo de nuestros maestros e
investigadores y a las aportaciones de los llamados Exploradores
de la Cultura, selección de jóvenes que viajaban
al extranjero con la promesa formal de, mantenien-

do el secreto de la existencia de nuestro pueblo, asimilar
lo más positivo de las otras culturas, incluidos los avances
científicos y las nuevas técnicas de producción.
Como sabéis, el secreto de nuestra existencia ha sido
roto por el aventurero Francis Wallace, que logró remontar
la franja de pantanos con que nuestro Gran Caudal
se hermana con el Mar.
Este embajador, que os habla, ya es algo más que un
explorador de la cultura: es el mensajero de un país que
se sabe y se siente hermano del Reino de España.
Gracias, Majestad; gracias, hermanos españoles.

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