Introduccion al Narcisismo

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 EL término narcisismo procede de la descripción clínica, y fue elegido en 1899 por Paul Näcke para
designar aquellos casos en los que individuo toma como objeto sexual su propio cuerpo y lo contempla con
agrado, lo acaricia y lo besa, hasta llegar a una completa satisfacción. Llevado a este punto, el narcisismo
constituye una perversión que ha acaparado toda la vida sexual del sujeto, cumpliéndose en ella todas las
condiciones que nos ha revelado el estudio general de las perversiones.

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LXXXVII. INTRODUCCIÓN AL NARCISISMO (*)
1914
I
EL término narcisismo procede de la descripción clínica, y fue elegido en 1899 por Paul Näcke para
designar aquellos casos en los que individuo toma como objeto sexual su propio cuerpo y lo contempla con
agrado, lo acaricia y lo besa, hasta llegar a una completa satisfacción. Llevado a este punto, el narcisismo
constituye una perversión que ha acaparado toda la vida sexual del sujeto, cumpliéndose en ella todas las
condiciones que nos ha revelado el estudio general de las perversiones.
La investigación psicoanalítica nos ha descubierto luego rasgos de esta conducta narcisista en
personas aquejadas de otras perturbaciones; por ejemplo según Sadger, en los homosexuales, haciéndonos,
por tanto, sospechar que también en la evolución sexual regular individuo se dan ciertas localizaciones
narcisistas de la libido. Determinadas dificultades del análisis de sujeto neuróticos nos habían impuesto ya
esta sospecha, pues una de las condicione que parecían limitar eventualmente la acción psicoanalítica era
precisamente tal conducta narcisista del enfermo. En este sentido, el narcisismo no sería ya una perversión
sino el complemento libidinoso del egoísmo del instinto de conservación; egoísmo que atribuimos
justificadamente, en cierta medida a todo ser vivo.
La idea de un narcisismo primario normal acabó de imponérsenos en la tentativa de aplicar las
hipótesis de la teoría de la libido a la explicación de los demencia precoz (Kraepelin) o esquizofrenia
(Bleuler). Estos enfermos, a los que yo he propuesto calificar de parafrénicos, muestran dos característica
principales: el delirio de grandeza y la falta de todo interés por el mundo exterior (personas y cosas). Esta
última circunstancia los sustrae totalmente a influjo del psicoanálisis, que nada puede hacer así en su auxilio.
Pero el apartamiento del parafrénico ante el mundo exterior presenta caracteres peculiarísimos que será
necesario determinar. También el histérico o el neurótico obsesivo pierden su relación con la realidad, y, sin
embargo, el análisis nos demuestra que no han roto su relación erótica con las personas y las cosas. La
conservan en su fantasía; esto es, han sustituido los objetos reales por otros imaginarios, o los han mezclado
con ellos, y, por otro lado, han renunciado a realizar los actos motores necesarios para la consecución de sus
fines en tales objetos. Sólo a este estado podemos denominar con propiedad 'introversión' de la libido,
concepto usado indiscriminadament por Jung. El parafrénico se conduce muy diferentemente. Parece haber
retirado realmente su libido de las personas y las cosas del mundo exterior, sin haberlas sustituido por otras en
su fantasía. Cuando en algún caso hallamos tal sustitución, es siempre de carácter secundario y corresponde a
una tentativa de curación, que quiere volver a llevar la libido al objeto.
Surge aquí la interrogación siguiente: ¿Cuál es en la esquizofrenia el destino de la libido retraída de
los objetos? La megalomanía, característica de estos estados, nos indica la respuesta, pues se ha constituido
seguramente a costa de la libido objetal. La libido sustraída al mundo exterior ha sido aportada al yo,
surgiendo así un estado al que podemos dar el nombre de narcisismo. Pero la misma megalomanía no es algo
nuevo, sino como ya sabemos, es la intensificación y concreción de un estado que ya venía existiendo,
circunstancia que nos lleva a considerar el narcisismo engendrado por el arrastrar a sí catexis objetales, como
un narcisismo secundario, superimpuestas a un narcisismo primario encubierto por diversas influencias.
Hago constar de nuevo que no pretendo dar aquí una explicación del problema de la esquizofrenia, ni
siquiera profundizar en él, limitándome a reproducir lo ya expuesto en otros lugares, para justificar una
introducción del narcisismo.
Nuestras observaciones y nuestras teorías sobre la vida anímica de los niños y de los pueblos
primitivos nos han suministrado también una importante aportación a este nuevo desarrollo de la teoría de la
libido. La vida anímica infantil y primitiva muestra, en efecto, ciertos rasgos que si se presentaran aislados
habrían de ser atribuidos a la megalomanía: una hiperestimación del poder de sus deseos y sus actos mentales
la «omnipotencia de las ideas» una fe en la fuerza mágica de las palabras y una técnica contra el mundo
exterior: la «magia», que se nos muestra como una aplicación consecuente de tales premisas megalómanas.
En el niño de nuestros días, cuya evolución nos es mucho menos transparente, suponemos una actitud análoga
ante el mundo exterior. Nos formamos así la idea de una carga libidinosa primitiva del yo, de la cual parte de
ella se destina a cargar los objetos; pero que en el fondo continúa subsistente como tal viniendo a ser con
respecto a las cargas de los objetos lo que el cuerpo de un protozoo con relación a los seudópodos de él
destacados. Esta parte de la localización de la libido tenía que permanecer oculta a nuestra investigación
inicial, al tomar ésta su punto de partida en los síntomas neuróticos. Las emanaciones de esta libido, las cargas
de objeto, susceptibles de ser destacadas sobre el objeto o retraídas de él, fueron lo único que advertimos,
dándonos también cuenta, en conjunto, de la existencia de una oposición entre la libido del yo y la libido
objetal. Cuando mayor es la primera, tanto más pobre es la segunda. La libido objetal nos parece alcanzar su
máximo desarrollo en el amor, el cual se nos presenta como una disolución de la propia personalidad en favor
de la carga de objeto, y tiene su antítesis en la fantasía paranoica (o auto percepción) del «fin del mundo». Por
último, y con respecto a la diferenciación de las energías psíquicas, concluimos que en un principio se
encuentran estrechamente unidas, sin que nuestro análisis pueda aún diferenciarla, y que sólo la carga de
objetos hace posible distinguir una energía sexual, la libido, de una energía de los instintos del yo.
Antes de seguir adelante he de resolver dos interrogaciones que nos conducen al nódulo del mismo
tema. Primera: ¿Qué relación puede existir entre el narcisismo, del que ahora tratamos, y el autoerotismo, que
hemos descrito como un estado primario de la libido? [*]. Segunda: si atribuimos al yo una carga primaria de
libido, ¿para qué precisamos diferenciar una libido sexual de una energía no sexual de los instintos del yo?
¿La hipótesis básica de una energía psíquica unitaria no nos ahorraría acaso todas las dificultades que presenta
la diferenciación entre energía de los instintos del yo y libido del yo, libido del yo y libido objetal? Con
respecto a la primera pregunta, haremos ya observar que la hipótesis de que en el individuo no existe, desde
un principio, una unidad comparable al yo, es absolutamente necesaria. El yo tiene que ser desarrollado. En
cambio, los instintos autoeróticos son primordiales. Para constituir el narcisismo ha de venir a agregarse al
autoerotismo algún otro elemento, un nuevo acto psíquico.
La invitación a responder de un modo decisivo a la segunda interrogación ha de despertar cierto
disgusto en todo analista. Repugnamos, en efecto, abandonar la observación por discusiones teóricas estériles;
pero, de todos modos, no debemos sustraernos a una tentativa de explicación. Desde luego, representaciones
tales como la de una libido del yo, una energía de los instintos del yo, etc., no son ni muy claras ni muy ricas
en contenido, y una teoría especulativa de estas cuestiones tendería, ante todo, a sentar como base un
concepto claramente delimitado. Pero, a mi juicio, es precisamente ésta la diferencia que separa una teoría
especulativa de una ciencia basada en la interpretación de la empiria. Esta última no envidiará a la
especulación el privilegio de un fundamento lógicamente inatacable, sino que se contentará con ideas iniciales
nebulosas, apenas aprehensibles, que esperará aclarar o podrá cambiar por otras en el curso de su desarrollo.
Tales ideas no constituyen, en efecto, el fundamento sobre el cual reposa tal ciencia, pues la verdadera base de
la misma es únicamente la observación. No forman la base del edificio, sino su coronamiento, y pueden ser
sustituidas o suprimidas sin daño alguno.
El valor de los conceptos de libido del yo y libido objetal reside principalmente en que proceden de
la elaboración de los caracteres íntimos de los procesos neuróticos y psicóticos. La división de la libido es una
libido propia del yo y otra que inviste los objetos es la prolongación inevitable de una primera hipótesis que
dividió los instintos en instintos del yo e instintos sexuales. Esta primera división me fue impuesta por el
análisis de las neurosis puras de transferencia (histeria y neurosis obsesiva), y sólo sé que todas las demás
tentativas de explicar por otros medios estos fenómenos han fracasado rotundamente.
Ante la falta de toda teoría de los instintos, cualquiera que fuese su orientación, es lícito, e incluso
obligado, llevar consecuentemente adelante cualquier hipótesis, hasta comprobar su acierto o su error. En
favor de la hipótesis de una diferenciación primitiva de instintos sexuales e instintos del yo testimonian
diversas circunstancias, además de su utilidad en el análisis de las neurosis de transferencia. Concedemos,
desde luego, que este testimonio no podría considerarse definitivo por sí sólo, pues pudiera tratarse de una
energía psíquica indiferente, que sólo se convirtiera en libido en el momento de investir el objeto. Pero
nuestra diferenciación corresponde, en primer lugar, a la división corriente de los instintos en dos categorías
fundamentales: hambre y amor. En segundo lugar, se apoya en determinadas circunstancias biológicas. El
individuo vive realmente una doble existencia, como fin en sí mismo y como eslabón de un encadenamiento
al cual sirve independientemente de su voluntad, si no contra ella. Considera la sexualidad como uno de sus
fines propios, mientras que, desde otro punto de vista, se advierte claramente que él mismo no es sino un
agregado a su plasma germinativo, a cuyo servicio pone sus fuerzas, a cambio de una prima de placer, que no
es sino el substrato mortal de una sustancia inmortal quizá. La separación establecida entre los instintos
sexuales y los instintos del yo no haría más que reflejar esta doble función del individuo. En tercer lugar,
habremos de recordar que todas nuestras ideas provisorias psicológicas habrán de ser adscritas alguna vez a
substratos orgánicos, y encontraremos entonces verosímil que sean materias y procesos químicos especiales
los que ejerzan la acción de la sexualidad y faciliten la continuación de la vida individual en la de la especie.
Por nuestra parte, atendemos también a esta probabilidad, aunque sustituyendo las materias químicas
especiales por energías psíquicas especiales.

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