La Torre Prohibida

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LA TORRE PROHIBIDA continúa el hilo narrativo enhebrado en LA ESPADA ENCANTADA, y lo hace prácticamente con los mismos personajes. Se trata de Damon Ridenow, el sensible Lord del Comyn que tuvo que dejar la Torre de Arilinn rechazado por la Celadora Leonie y que aquí se alzará como el elemento central de una de las más profundas subversiones de las costumbres darkovanas. Junto a él, el terrano Andrew Can es aquel que, sorprendentemente, demostró poseer también el laran telepático que se creía exclusivo de los darkovanos y así pudo contactar con la Celadora Calista, perdida en el supramundo astral, y colaborar en su salvación. Ellos dos forman ahora la vertiente masculina del cuarteto protagonista de LA TORRE PROHIBIDA que se completa con sus esposas, las mellizas Ellemir y Calista.

 

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Calista parece dispuesta a renunciar a sus votos como futura Celadora por amor al terrano Andrew, pero cumplir con las consecuencias de su decisión no será tan fácil y así lo constata la misma Calista, que, en su boda con el terrano, se da cuenta duramente de que «todas las elecciones producen arrepentimiento». Se retoma así el tema de la dificultad de ser libre y de las consecuencias de la propia libertad, uno de los temas centrales en la ya famosa serie de Darkover a la que Susan M. Shwartz ha etiquetado justamente como una «ética de la libertad».

Pero LA TORRE PROHIBIDA incluye una dedicatoria que parece haber tenido gran repercusión en la propia novela. Se trata de esa referencia que Bradley hace a «Theodore Sturgeon, que fue el primero que exploró las cuestiones que, directa o indirectamente, subyacen a casi todo lo que he escrito». Y esa es una referencia infalible para afirmar que LA TORRE PROHIBIDA tiene como tema central el del amor en todas sus facetas.

Para los lectores y aficionados a la ciencia ficción, Tbeodore Sturgeon es uno de los grandes maestros del género y es precisamente quien ha abordado el tema del amor con mayor intensidad, interés y efectividad. Se trata de una concepción del amor que, sin rehuir la vertiente sexual, la sobrepasa en mucho y lo configura como la barrera segura contra la soledad y la incomprensión, al tiempo que constituye uno de los más evidentes caminos para la realización personal aunque no deje de estar también plagado de renuncias.

En LA TORRE PROHIBIDA, Marión Zimmer Bradley aborda con la extensión suficiente el tema central que Sturgeon fijó magistralmente en sus relatos y novelas cortas. Y el punto de vista de Bradley es, al mismo tiempo, complementario y seguidor del de Sturgeon. Bradley nos lleva de la mano para advertir las reticencias del terrano Andrew a aceptar ciertas costumbres sexuales y amorosas de los darkovanos, incluyendo la confusa sexualidad que se le ofrece, a la que no son ajenos ciertos perfiles tal vez homosexuales, que despiertan todos sus recelos. Y es precisamente el personaje del terrano Andrew el que nos hace apreciar la complejidad del entramado cultural de Darkover en lo que respecta al amor y al sexo. Andrew actúa en definitiva como esa figura tan querida por los sociólogos del «observador-participante» que interviene íntegramente en los hechos sin dejar de establecer el contrapunto cultural necesario para apreciar la profundidad de la sociedad estudiada.

De ahí que, paulatinamente, vayan surgiendo a la luz los tabúes a los que debe enfrentarse Andrew en su aceptación (primero casual y después voluntaria) de la cultura darkovana, tan parecida y, al mismo tiempo, tan distinta de la terrana.

Pero no es sólo el terrano Andrew (y nosotros como lectores poseedores de su misma cultura…) quien debe someter sus concepciones amatorias y sexuales a un juego de contrapuntos, sino que la propia cultura de Darkover tiene también sus tabúes y costumbres propias que han arraigado y muestran síntomas de anquilosamiento,

Y en este punto la figura de Damon Ridenow se alza como el desencadenante que pone en cuestión el mismísimo papel de los sexos en Darkover. El poder de las Celadoras de las Torres parece reservado alas vírgenes, que renuncian al sexo para dominar profundamente el laran, el poder telepático de los darkovanos. Pero esa rígida separación de las potencialidades de los sexos, que parece inevitable en la cultura telepática darkovana, tal vez no esté completamente justificada. Sabemos que Damon ha sido expulsado de la Torre de Arilinn por la Celadora Leonie y empezamos a intuir cuál puede ser la causa última de todo ello: el amor.

Tal vez es también necesaria la figura de este varón sensible que, en el fondo, se rebela ante el hecho de que al arquetipo masculino se le quiera privar de sensibilidad. Damon puede aportar un nuevo punto de vista, fruto de la cuestión que él mismo se plantea a mitad del capítulo nueve de esta novela: «…¿por qué la sensibilidad habría de destruir a un hombre cuando capacita a una mujer para hacer el más delicado trabajo con matrices y el trabajo de una Celadora?»

Y ésa es, en mi opinión, la cuestión central en LA TORRE PROHIBIDA, la investigación del porqué de los roles sexuales establecidos (en Darkover y, ¿cómo no?, en Terra…) y de las posibles consecuencias de su superación. En definitiva y como ya decía antes, LA TORRE PROHIBIDA es esencialmente una novela (una interesante novela) sobre el amor y todas sus manifestaciones.

En estos tiempos difíciles (y escribo a finales de febrero), en los que el temor y el dinero logran comprar la dignidad de tantas conciencias, tal vez sea cierto que el amor es, todavía, uno de los últimos recursos de que dispone la especie humana. Pero ese amor, nos cuenta Bradley, debe ser abierto, debe superar el individualismo fácil y castrante para que pueda mantenerse erguido como un faro, como la Torre prohibida de Darkover, para dar nueva luz a un mundo gobernado en demasía por las costumbres y poderes del pasado.

MIQUEL BARCELÓ

Para Diana Paxon, quien formuló la pregunta que originó este libro, y

Para Theodore Sturgeon, que fue el primero que exploró las cuestiones que, directa o indirectamente, subyacen a casi toco lo que he escrito.

Damon Ridenow cabalgaba a través de una tierra ya purificada.

Durante casi todo el año, la gran meseta de las colinas Kilghard había estado sometida a la maligna influencia de los hombres-gato. Las cosechas se marchitaban en los campos, bajo la antinatural oscuridad que tapaba la luz del sol; las pobres gentes del distrito se acurrucaban en sus hogares, temerosas de aventurarse en la campiña arrasada.

Pero ahora los hombres trabajaban otra vez bajo la luz del gran sol rojo de Darkover, almacenando sus cosechas para protegerlas de las inminentes nevadas. Era principios del otoño, y casi todas las cosechas ya estaban recogidas.

El Gran Gato había muerto en las cavernas de Corresanti, y la gigantesca matriz ilegal que había utilizado también había sido destruida junto con él*. Los pocos hombres-gato que aún vivían habían escapado hacia los lejanos bosques lluviosos, más allá de las montañas, o habían caído bajo las espadas de los Guardias que Damon había lanzado contra ellos.

Una vez más la tierra estaba limpia y libre de terror, y Damon, que había ordenado regresar a casi todo su ejército, cabalgaba de vuelta a casa. Pero no a sus predios ancestrales de Serráis; Damon era el hijo menor, poco atendido, y jamás había sentido que Serráis fuera su hogar. Ahora cabalgaba hacia Armida, hacia su boda.

*    Esta historia se relata en La E spada encantada, NOVA Fantasía, núm. . (N. del E.)

 

 

 

 

 

 

Detuvo su caballo a un costado del camino, observando a los últimos hombres que se separaban para seguir cada uno rutas diferentes. Había Guardias uniformados de verde y negro que se dirigían a Thendara; otros pocos hombres se encaminaban hacia el norte, hacia los Hellers, a los Dominios de Ardáis y de Hastur; y otros cabalgaban hacia el sur, dirigiéndose a las llanuras de Valeron.

—Deberías hablar a los hombres, Lord Damon —dijo un hombre bajo y de aspecto nudoso, que se hallaba junto a Damon.

—No soy muy bueno para los discursos.

Damon era un hombre menudo y delgado con rostro de estudioso. Hasta esta campaña, nunca había pensado en sí mismo como soldado, y todavía se sentía sorprendido de haber comandado a estos hombres, con éxito, contra los hombres-gato que quedaban.

—Ellos lo esperan, señor —le recordó Eduin, y Damon suspiró, sabiendo que lo que le decía el otro era cierto. Damon era Comyn de los Dominios, no señor de un Dominio, ni siquiera heredero, pero igualmente Comyn, de la antigua casta telepática, con talento psi, que había gobernado a los Siete Dominios desde épocas inmemoriales. Ya habían pasado los tiempos en que los Comyn eran tratados como dioses vivientes, pero todavía persistía el respeto hacia ellos, un respeto próximo a la reverencia. Y Damon había sido educado para asumir las responsabilidades de un hijo del Comyn. Suspirando, espoleó a su caballo y se trasladó a un sitio en el que los hombres pudieran verlo.

—Hemos hecho nuestro trabajo. Gracias a todos los hombres que respondieron a mi llamada hay paz en las Kilghard Hills y en nuestros hogares. Sólo me resta daros las gracias a todos y deciros adiós.

El joven oficial que había traído a los Guardias de Thendara se acercó a Damon mientras los demás se marchaban.

— ¿Lord Alton vendrá a Thendara con nosotros? ¿Debemos esperarlo?

—Tendrías que esperarle demasiado —dijo Damon—. Fue herido en la primera batalla contra los hombres-gato, una herida pequeña, pero la médula resultó dañada, y fue imposible curarlo. Está paralizado de cintura para abajo. Creo que nunca volverá a cabalgar.

El joven oficial pareció trastornado.

— ¿Quién será ahora comandante de los Guardias, Lord Damon?

Era una pregunta lógica. Durante generaciones, la comandancia de los Guardias había estado en manos del Dominio Alton; Esteban Lanart de Armida, Lord Alton, había sido comandante durante muchos años. Pero el hijo mayor superviviente de Dom Esteban, Lord Domenic, era un joven de diecisiete años. A pesar de ser ya un hombre, según las leyes de los Dominios, no tenía todavía la edad ni la autoridad necesarias para el cargo. El otro hijo de Alton, el joven Valdir, tenía once años y era novicio en el Monasterio de Nevarsin, donde lo educaban los hermanos de San Valentín de las Nieves.

¿Quién comandaría a los Guardias entonces? Era una pregunta muy razonable, pensó Damon, pero él no sabía la respuesta. Eso fue lo que dijo, y agregó:

—Eso lo decidirá el Concejo del Comyn el próximo verano, cuando se reúna en Thendara.

Nunca había habido guerra en invierno en Darkover, y jamás la habría. En invierno había un enemigo más feroz, el cruel frío, las tormentas que arrasaban los Dominios, bajando de los Hellers. Ningún ejército podía marchar contra los Dominios en invierno. Hasta los bandidos se quedaban recluidos en sus casas. Podrían esperar hasta la próxima sesión del Concejo para que se nombrara un nuevo comandante. Damon cambió de tema.

— ¿Llegaréis a Thendara al anochecer?

—Sí, a no ser que algo nos demore en el camino.

—Entonces, no te entretengo más —dijo Damon, e hizo una inclinación—. Te cedo el mando de los hombres, pariente.

El joven oficial no pudo ocultar una sonrisa. Era muy joven, y ésta era la primera vez que estaba al mando, por breve que fuera el lapso. Damon lo observó con una sonrisa pensativa, mientras el joven reunía a sus hombres y partía. El muchacho era un oficial nato, y ahora que Dom Esteban estaba incapacitado, los oficiales competentes podían aspirar a un ascenso.

El mismo Damon, a pesar de haber dirigido esta misión, nunca se había considerado un soldado. Al igual que todos los hijos del Comyn, había servido en el cuerpo de cadetes, y había cumplido con su turno de oficial, pero su talento y su ambición iban por otro camino. A los diecisiete años había sido admitido en la Torre de Arilinn como telépata, para ser entrenado en las antiguas ciencias de matriz de Darkover. Durante muchos, muchos años había trabajado allí, mientras su fuerza y su habilidad aumentaban, hasta alcanzar el grado de técnico psi.

Entonces lo habían despedido de la Torre. No por su culpa, le había asegurado su Celadora, sólo que era demasiado sensible y su salud, incluso su cordura, podían resentirse si se las sometía a las tremendas tensiones del trabajo de matriz.

Rebelde pero obediente, Damon se había marchado. La palabra de una Celadora era ley, y jamás podía ser cuestionada o rechazada. Con su vida destrozada y sus ambiciones arruinadas había tratado de construirse una vida nueva en la Guardia, aunque no era soldado y lo sabía. Durante un tiempo, había sido maestro de cadetes, después oficial médico, oficial de suministros. Y en esta última campaña contra los hombres-gato, había aprendido a manejarse con cierta confianza. Pero no sentía deseos de mando, y ahora agradecía cedérselo a otro.

Observó a los hombres que se alejaban hasta que sus contornos se perdieron en medio del polvo del camino. Ahora, a Armida, a casa…

—Lord Damon —dijo Eduin junto a él—, hay jinetes en el camino.

— ¿Viajeros? ¿En esta época? —Parecía imposible. Las nevadas invernales todavía no habían empezado, pero en cualquier momento la primera ventisca bajaría de los Hellers, bloqueando las rutas durante varios días. Había un viejo dicho: «Sólo los locos o los desesperados viajan en invierno.» Damon forzó los ojos para distinguir a los distantes jinetes, pero desde la infancia había sido un poco corto de vista, y sólo pudo distinguir algo borroso.

—Tus ojos son mejores que los míos. ¿Te parece que son hombres armados, Eduin?

—No lo creo, Lord Damon; entre ellos cabalga una dama.

— ¿En esta época? Eso parece improbable —dijo Damon. ¿Cuál podría ser el motivo para que una dama viajara con el invierno tan próximo?

—Es un estandarte de Hastur, Lord Damon. Sin embargo, Lord Hastur y su dama no saldrían de Thendara en esta época del año. Si por alguna razón viajaran hasta el castillo Hastur, no lo harían por esta ruta. No lo entiendo.

Sin embargo, aun antes de que Eduin terminara de hablar, Damon supo quién era la dama que cabalgaba con el pequeño grupo de Guardias y escoltas. Sólo una mujer de Darkover cabalgaría sola bajo un estandarte de Hastur, y solamente una Hastur tendría motivos para cabalgar en esta dirección.

—Es la Dama de Arilinn —dijo finalmente, con reticencia, y vio que el rostro de Eduin se iluminaba de asombro y respeto.

Leonie Hastur, Leonie de Arilinn, Celadora de la Torre de Arilinn. Damon sabía que, según las reglas de cortesía, debía adelantarse a recibir a su prima, saludarla, y sin embargo permaneció sentado en su caballo, como petrificado, luchando por dominarse. El tiempo pareció detenerse. En un petrificado, atemporal y resonante rincón de su mente, un Damon más joven temblaba ante la Celadora de Arilinn, mientras escuchaba las palabras que destrozaron su vida:

—No me has fallado, ni tampoco me has causado disgustos. Pero eres demasiado sensible para este trabajo, demasiado vulnerable. Si hubieras nacido mujer, habrías sido Celadora. Pero tal como están las cosas… Te he observado durante años. Este trabajo destruirá tu salud, tu cordura. Debes dejarnos, Damon, por tu propio bien.

Damon se había marchado sin protestar, pues se sentía culpable. Había amado a Leonie, la había amado con toda la pasión desesperada de un hombre solitario, pero la había amado castamente, sin una palabra ni un roce. Pues Leonie, como todas las Celadoras, había hecho voto de castidad y jamás se le podía dedicar un pensamiento sensual, ni tampoco un hombre podía tocarla. ¿Acaso Leonie lo había sabido de algún modo, y había temido que algún día Damon perdiera el control, aunque sólo fuera con el pensamiento, e hiciera algo que ninguna Celadora podía permitir?

Destrozado, Damon se había marchado. Ahora, años más tarde, parecía que toda una vida separaba al joven Damon, lanzado a un mundo hostil para construirse una vida nueva, del Damon de hoy, dueño de sí mismo, veterano de una campaña triunfante.

El recuerdo todavía estaba vivo en él —estaría en carne viva hasta su muerte—, pero a medida que Leonie se acercaba, Damon se armó con el recuerdo de Ellemir Lanart, que lo esperaba en Armida.

Debería haberme casado con ella antes de esta campaña. El había deseado hacerlo, pero a Dom Esteban le parecía que una boda apresurada era indigna tratándose de nobles. ¡No podía permitir que su hija fuera lanzada al lecho matrimonial con tanta prisa como si fuera una criada embarazada! Damon había accedido al retraso. La existencia de Ellemir, su prometida, debía disipar ahora hasta el más doloroso de sus recuerdos. Haciendo uso del control adquirido durante toda una vida, finalmente Damon se adelantó, con Eduin a su lado.

-—Nos honras, prima —dijo con seriedad, haciendo una reverencia desde la montura—. Está muy entrado el año para cabalgar por las montañas. ¿Por qué viajas en esta época?

Leonie le devolvió la reverencia con la excesiva formalidad de una dama del Comyn en presencia de extraños.

—Mis saludos, Damon. Voy hacia Armida, de modo que, entre otras cosas, viajo a tu boda.

—Me siento honrado. —El viaje desde Arilinn era largo, y nadie lo emprendía con ligereza en ninguna época—. Pero seguramente no será solamente por mi boda, ¿verdad, Leonie?

—No sólo para eso. Aunque es cierto que te deseo toda la felicidad del mundo, primo.

Por primera vez, momentáneamente, sus miradas se cruzaron, pero Damon desvió los ojos. Leonie Hastur, Dama de Arilinn, era una mujer alta, de cuerpo delgado, con el llameante pelo rojo del Comyn, que ahora encanecía bajo la capucha de su capa de viaje. Tal vez, había sido muy bella en otros tiempos; Damon nunca estaría en condiciones de juzgarlo.

—Calista me comunicó que desea cancelar su juramento a la Torre y casarse. —Leonie suspiró—. Yo ya no soy joven: mi intención era ceder mi plaza de Celadora a Calista cuando fuese mayor y pudiera ocuparla.

Damon asintió en silencio. Todo esto se había dispuesto desde la llegada a la Torre de Arilinn de Calista, una niña de trece años. Damon había sido su técnico psi y se le había consultado sobre su entrenamiento como Celadora.

—Pero ahora desea dejarnos para casarse. Me ha dicho que su amante… —Leonie utilizó la inflexión cortés que daba a la palabra el significado de «prometido»— no es de este mundo, sino uno de los terranos que han construido el espaciopuerto de Thendara. ¿Qué sabes de esto, Damon? A mí me parece algo fantasioso, fantástico, como una vieja balada. ¿Cómo llegó a conocer a ese terrano? Me dijo el nombre, pero lo he olvidado…

—Andrew Carr —dijo Damon mientras enfilaban sus caballos en dirección a Armida, cabalgando lado a lado. Sus escoltas y la dama de compañía de Leonie les seguían a respetuosas distancias. El gran sol rojo lucía bajo en el cielo, arrojando una luz cárdena a través de las cumbres de las Kilghard Huís. Hacia el norte, habían empezado a juntarse las nubes, y un viento helado soplaba desde las distantes e invisibles cumbres de los Hellers.

—Ni siquiera ahora estoy seguro de cómo empezó todo —dijo finalmente Damon—. Sólo sé que cuando Calista fue secuestrada por los hombres-gato, y se hallaba sola, sumida en el temor y la oscuridad, prisionera en las cavernas de Corresanti, ninguno de sus familiares pudo establecer contacto con su mente.

Leonie se estremeció, ciñéndose más la capucha de su capa.

—Fue una época espantosa —dijo.

—Es cierto. Y de alguna manera, ocurrió que ese terrano, Andrew Carr, estableció con ella un estrecho contacto mental. Aún ahora no conozco todos los detalles, pero de algún modo se convirtió en la única compañía que ella tuvo en su solitaria prisión: sólo él podía llegar a su mente. Y así ambos se aproximaron en mente y corazón, aunque ninguno de ellos había visto al otro.

Leonie suspiró.

—Sí —comentó—, esos vínculos pueden ser más fuertes que los carnales. Y así llegaron a amarse. Y cuando la rescataron y se encontraron…

—Andrew fue quien más colaboró en su rescate —dijo Damon—, y ahora están prometidos. Créeme, Leonie, no es una fantasía nacida del temor de una muchacha solitaria, ni del deseo de un hombre solitario. Calista me dijo, antes de que yo emprendiera esta campaña, que si no podía conseguir el consentimiento de su padre ni el tuyo, abandonaría Armida, y Darkover, para irse con Andrew a su mundo.

Leonie sacudió la cabeza, apenada.

—He visto las naves terranas en el puerto de Thendara —dijo—, y mi hermano Lorill, que está en el Concejo y tiene tratos con los terranos, dice que en todos los aspectos parecen humanos como nosotros. ¿Pero un matrimonio, Damon? ¿Una joven de este planeta y un hombre de otro? Aunque Calista no fuera Celadora, con voto de virginidad, ese matrimonio sería extraño y aventurado para ambos.

—-Creo que lo saben, Leonie. Sin embargo, están decididos.

—Siempre he sentido intensamente —dijo Leonie, con una voz extrañamente remota— que ninguna Celadora debería casarse. Lo he sentido toda mi vida, y así he vivido. Si hubiera sido de otro modo… —Miró brevemente a Damon, y el dolor que había en su voz le sorprendió. Trató de protegerse. Ellemir, pensó, como si fuera un hechizo defensivo, pero Leonie prosiguió, suspirando.

—Aun así, si Calista se hubiera enamorado de un hombre de su propio clan y casta, yo no le impondría mi convicción, sino que la liberaría con gusto. No… —Leonie se interrumpió—. No, no con gusto, conociendo qué problemas esperan a cualquier mujer entrenada y condicionada como Celadora de un círculo de matriz, no lo hubiera hecho con gusto. Pero, al menos, la hubiera liberado y la hubiera entregado en matrimonio con tanta gracia como fuera posible. Pero ¿cómo puedo entregársela a un extraño, a un hombre de otro mundo, que ni siquiera ha nacido en esta tierra y bajo este sol? ¡La idea me estremece de terror, Damon! ¡Me eriza la piel!

—También yo sentí eso al principio —respondió Damon, lentamente—. Sin embargo, Andrew no es un extraño. Mi mente sabe que nació en otro mundo, que giraba en torno al sol de otro cielo, una estrella distante, que ni siquiera es un punto de luz en nuestro cielo de aquí. Sin embargo, no es inhumano, no es un monstruo que finge ser hombre, sino verdaderamente uno de los nuestros, un hombre como yo. Es extranjero, tal vez, pero no ajeno. Te lo aseguro, yo lo sé, Leonie. Su mente ha estado unida a la mía. —Sin advertir su gesto, Damon posó su mano sobre el cristal matriz, la gema psi-sensible que llevaba colgada del cuello en su bolsa aislante—. Tiene laran —agregó.

Leonie lo miró consternada, dudando. ¡El laran era el poder psi que distinguía al Comyn de la gente común, el don hereditario que se transmitía por la sangre Comyn!

— ¡Laran! —dijo casi colérica—. ¡No puedo creerlo!

—Creer o no creer no altera los hechos, Leonie —musitó Damon—. Yo he tenido laran desde niño, he sido entrenado en la Torre y he hecho contacto con su mente, y puedo decirte que no es en nada diferente de un hombre de nuestro propio mundo. No hay motivo para sentir horror ni asco ante la elección de Calista. Él es tan sólo un hombre como nosotros.

—Y es tu amigo —afirmó Leonie.

Damon asintió.

—Mi amigo. Y para rescatar a Calista unimos nuestras mentes… por medio de la matriz. —No había necesidad de decir más. Era el más intenso vínculo conocido, más fuerte que el parentesco, más fuerte que la unión de los amantes. Había reunido a Damon y Ellemir, así como a Andrew y Calista.

Leonie suspiró.

— ¿Es así? Entonces supongo que debo aceptarlo, a despecho de su casta o su nacimiento. Como tiene laran, es un marido adecuado… ¡si es que algún hombre puede ser verdaderamente un marido adecuado para una mujer que ha tenido adiestramiento de Celadora!

—Hay veces en que olvido que no es uno de nosotros —dijo Damon—. Otras veces parece extraño, casi ajeno, pero la diferencia sólo estriba en las costumbres y la cultura.

—Incluso eso puede causar una enorme diferencia —comentó Leonie—. Recuerdo cuando Melora Aillard fue raptada por Jalak de Shainsa, y lo que tuvo que soportar allá. Ni siquiera los matrimonios entre personas de los Dominios y las Ciudades Secas han podido realizarse sin tragedia. Y un hombre procedente de otro mundo, de otro sol, debe ser todavía más ajeno.

—No estoy seguro —dijo Damon—. En cualquier caso, Andrew es mi amigo, y yo lo apoyaré.

Leonie se derrumbó en su montura.

—Tú no entregarías tu amistad ni te unirías a través de una matriz con alguien indigno —dijo—. Pero aunque todo lo que dices sea cierto, ¿cómo es posible que tal matrimonio no sea un desastre? Aun cuando él fuera uno de nosotros, con plena comprensión del dominio que la Torre ejerce sobre el cuerpo y la mente de una Celadora, el matrimonio sería prácticamente imposible. ¿Acaso tú te hubieras atrevido a tanto?

Damon evitó dolorosamente la pregunta. Era imposible que ella lo hubiera dicho a propósito, no al menos en el sentido que él le daba.

Ya no vivían en los días anteriores a las Épocas de Caos, cuando las Celadoras eran mutiladas, e incluso castradas, convirtiéndolas en algo menos que una mujer. Oh, sí, aún se entrenaba a las Celadoras, Damon lo sabía, con una terrible disciplina, habituándolas a vivir separadas de los hombres, infundiéndoles reflejos profundos en el cuerpo y en la mente. Pero ya no se las cambiaba. Y seguramente Leonie no podía haber sabido… si no, pensó Damon, no le hubiera hecho justamente esa pregunta a él. Se protegió en la inocencia de Leonie, se obligó a mirarla, a decirle suavemente:

—Sin duda, Leonie, si amara tanto como Andrew.

Mientras luchaba duramente para lograr que su voz se mantuviera firme e impasible, algo de su lucha interna se comunicó a Leonie. Ella alzó los ojos, rápidamente y apenas por un momento, un segundo o menos. Sus miradas se encontraron pero rápidamente Leonie desvió sus ojos.

Ellemir, se acordó Damon con desesperación. Ellemir, mi amada, mi prometida.

—Trata de enfrentarte a Andrew sin prejuicios —dijo con voz tranquila—, y creo que advertirás que es una clase de hombre a quien con gusto entregarás a Calista en matrimonio.

Leonie había vuelto a controlarse.

—Tus palabras te honran, Damon. Pero aun cuando lo que me dices sea cierto, sigo sintiendo cierta reticencia.

—Lo sé —dijo Damon, observando el camino. Ya tenían a la vista los grandes portales de Armida, el predio hereditario del Dominio de Alton. Mi casa, pensó, y Ellemir esperándole.

—Pero aun cuando lo que tú dices sea cierto, Leonie, no sé qué podremos hacer para detener a Calista. No es ninguna tonta jovencita engreída, es una mujer adulta, entrenada en la Torre, capacitada, acostumbrada a tener opinión, y creo que hará su voluntad, a despecho de todos nosotros.

eras a recibirla, Andrew.

Andrew todavía estaba furioso.

—Si ese viejo tirano cree que su bendición me importa mucho, o que su maldición me afecta… —empezó a decir, pero Damon le apoyó una mano en la muñeca, interrumpiéndole.

—Andrew, esto significa que te aceptará como a un hijo en su casa, y creo que por Calista debes aceptarlo con tanta amabilidad como puedas. Cal ya ha perdido una familia, ha decidido, por ti, no regresar a Arilinn. A menos que lo odies demasiado y que eso no te permita vivir en paz bajo su techo…

—No le odio en absoluto —comentó Andrew—, pero puedo cuidar de mi esposa en mi propio mundo. No quiero aparecer ante él sin un centavo, ni aceptar su caridad.

—La caridad, Andrew —dijo Damon con suavidad—, nos corresponde a ti y a mí. Él puede vivir todavía muchos años, pero nunca volverá a apoyar los pies en el suelo. Domenic debe ocupar su lugar en el Concejo. Su hijo menor tiene sólo once años. Si tú le arrebatas a Calista, lo dejas a merced de los desconocidos a los que pueda contratar por un sueldo, o de parientes lejanos que vendrán por codicia aquí para ver qué huesos pueden roer. Si te quedas aquí y le ayudas a administrar su propiedad, y le das además la compañía de su propia hija, serás tú quien más dé, no él.

Pensándolo, Andrew advirtió que Damon tenía razón.

—Aun así, si Leonie le arrancó el consentimiento en contra de su voluntad…

—No, pues en ese caso no te hubiera ofrecido su bendición —dijo Damon—. Lo conozco de toda la vida. Si no consintiera, hubiera dicho algo así como llévatela, y condenados sean los dos. ¿No es verdad, Cal?

—Damon tiene razón: su furia es terrible, pero no es rencoroso.

—Menos que yo —afirmó Damon—. En el caso de Esteban, todo es un estallido de ira y después todo vuelve a estar bien y vuelve a entregarte su corazón con tanta facilidad como te golpeó un minuto antes. Puedes volver a pelearte con él, y probablemente lo harás, ya que tiene mal genio y es irritable. ¡Pero no se alimentará de viejos rencores, ni de antiguas rencillas!

Después de que Damon y Ellemir se retiraran, Andrew miró a Calista, y le dijo:

— ¿Esto es verdaderamente lo que deseas, amor? Tu padre no me desagrada. Simplemente me enfurecí porque te había mortificado y te había hecho llorar. Si quieres quedarte aquí…

Ella alzó los ojos y le miró, y volvió aquella intimidad, aquel viejo contacto que les había reunido antes de que se conocieran, el contacto que para él era más real que el vacilante y temeroso contacto físico que era todo lo que ella podía permitir.

—Sí papá y tú no os hubierais puesto de acuerdo, te habría seguido a cualquier parte de Darkover, o a cualquier lugar de tu Imperio de las estrellas. Pero con un dolor inconmensurable. Éste es mi hogar, Andrew. Mi deseo más profundo es no abandonarlo nunca más.

Él posó sus dedos sobre los labios de ella.

—Entonces también será mi hogar, amada. Para siempre —dijo con suavidad.

Cuando Andrew y Calista siguieron a la otra pareja hasta la casa principal, hallaron a Damon y Ellemir sentados en un banco junto a Dom Esteban. Cuando entraron, Damon se incorporó y se arrodilló ante el anciano. Dijo algo que Andrew no alcanzó a oír, y Lord Alton sonrió.

 

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