Abyss

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El océano guarda muchos secretos: ahora, uno de ellos intenta decirnos algo. En la propia Tierra hay lugares más insólitos que el espacio exterior. En las profundidades submarinas del mar Caribe, un submarino nuclear norteamericano escapa misteriosamente de control. Un equipo de especialistas de la Marina, junto con la tripulación de la estación de perforación petrolífera Deepcore, se sumergen para investigar lo ocurrido, y quedan atrapados al borde de una inmensa fosa, de donde sólo podrán ser rescatados de la manera más sorprendente…
Orson Scott Card, ganador de sendos premios Hugo y Nebula, ha elaborado una obra maestra de la literatura de suspense y terror sobre el guión de James Cameron, creador de éxitos cinematográficos como Terminator y Aliens, de la película que triunfa en todo el mundo.

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1 – BUDDY

Buddy podría haber escrito el guión de aquella mañana antes incluso de que empezara. Su hermano mayor Junior estaba pidiendo si podía llevarse la camioneta de reparto a la playa. Papá diría que no. Junior discutiría. Papá le reñiría. Junior se pondría furioso y maldeciría. Papá se quitaría el cinturón e iría tras él. Siempre era así. Uno podía pensar que cualquiera aparte de Buddy lo comprendería.
—Es octubre. Hace demasiado frío para ir a la playa —dijo papá, con voz tan fuerte que la niña pequeña se sobresaltó en su cuna. Empezó a agitarse y a llorar.
—Escuchad a ese bebé —dijo Junior—. Parece un ratoncillo en celo.
En su camino a coger a la niña, mamá dio un bofetón a Junior.
—Vigila lo que dices en esta casa, jovencito.
—Lo siento, mamá. —Se volvió de nuevo hacia papá, pero papá había vuelto a su periódico, buscando razones para maldecir a Kennedy, que era la más pobre excusa para un demócrata que jamás hubiera sido elegido Presidente—. Me dieron el carnet ayer —dijo Junior—. Es sábado. Se lo prometí a mis amigos.
—Te dieron el carnet un viernes trece. —Papá ni siquiera alzó la vista del periódico—. Una prueba positiva de que la superstición es cierta, porque el día que conseguiste tu carnet es el día más aciago que jamás haya amanecido para los conductores norteamericanos, sin mencionar a los pobres e indefensos peatones norteamericanos.
Buddy oyó todo aquello desde donde estaba sentado en el suelo, delante del televisor, viendo los dibujos animados del sábado por la mañana con el volumen bajado para no molestar a los demás. Hasta ahora papá aún estaba bromeando y Junior no había empezado a sudar, pero eso no duraría mucho tiempo.
A menos que Buddy hiciera algo.
Como siempre, lo que tenía que hacer estaba tan vago en su mente que ni siquiera tenía la menor idea de lo que estaba planeando, excepto que sabía que funcionaría, sabía que haría que todo volviera a su cauce y nadie gritara y papá no tuviera que pegar a nadie con su cinturón ni decir cosas terribles que escocerían mucho tiempo después de que las huellas del cinturón hubieran desaparecido. Y, una vez Buddy sabía cómo evitar que algo ocurriera, no aguardaba a pensar más en ello.
Así que Buddy dijo lo primero que le pasó por la cabeza:
—Papá, ¿no podría ir yo también a la playa con Junior? Tú nunca me llevaste cuando me lo prometiste en agosto. —Sólo entonces, cuando las palabras ya hubieron salido de sus labios, se dio cuenta de lo que estaba planeando hacer.
Desde la cocina, donde estaba acunando al bebé, mamá dijo:
—Es cierto. Se lo prometiste, Homer.
Junior era listo. Junior comprendió inmediatamente, casi tan rápido como el propio Buddy. A Buddy le gustaba cómo se entendían los dos, sin necesidad de decirse ninguna palabra. Como si tuvieran un tubo en sus cabezas bombeando de un cerebro a otro.
—Oh, vamos, no pienso llevar conmigo a un mocoso de diez años —dijo Junior.
Papá mordió el anzuelo. De eso dependía todo el plan, con papá y mamá actuando exactamente tal como Buddy sabía que harían.
—¿Qué te pasa, Junior? —dijo papá—. ¿Esperas usar la camioneta de la familia y la gasolina de la familia, y esperas hacerlo sin asumir ninguna de las obligaciones de la familia? ¿Crees que el mundo existe para servirte a ti, y que tú nunca debes de hacer nada a cambio?
Así, simplemente, la discusión acerca de si Junior podía ir o no con la camioneta a la playa se cortó, y en vez de ello se estableció sobre si debía o no llevar a Buddy con él. Y, puesto que Buddy sabía que Junior probablemente lo habría llevado de todos modos, los dos estaban básicamente seguros.
—De acuerdo, lo llevaré. —Junior cogió con gesto hosco las llaves cuando papá se las tendió, luego salió en busca de la camioneta, ignorando a Buddy todo el camino y poniendo en marcha el vehículo antes incluso de que Buddy hubiera subido.
Una vez hubieron retrocedido en el camino de grava y se hubieron metido en la carretera, sin embargo, Junior lanzó un burra y pisó a fondo el acelerador.
—¡Mierda, mierda y mierda, supiste manejar al viejo! ¡Me gustaría saber cómo demonios lo hiciste!
Buddy se limitó a sonreír y puso la radio, cambiando manualmente la emisora de la música country de papá a la quinceañera que a ellos les gustaba. No podían tenerla programada porque papá se volvía loco si pulsaba uno de los botones y lo encontraba sintonizado a esa mierda del rock and roll.
La radio empezó a tocar «Teen Ángel». Junior y Buddy cantaron a coro con ella, utilizando la nueva letra mejorada por Junior, que terminaba diciendo: «Si quieres que te cante unas cuantas coplas, bájame los pantalones y me la soplas». Buddy no sabía exactamente lo que significaba aquello, pero sabía que siempre hacía que los amigos de Junior rieran a carcajadas. También sabía que mamá probablemente le cortaría la lengua con las tijeras de la cocina si alguna vez se le ocurría cantar aquello en casa.
Se detuvieron para recoger a Todd y a Dennis y a Larry y a Frank. Todd, que era el que normalmente conducía, trajo leña, Dennis los ingredientes para unos cuantos perritos calientes, Larry tenía una bolsa de caramelos blandos, pero Frank trajo cerveza. Toda una nevera portátil llena. Utilizaron la leña para camuflar la nevera en la parte de atrás de la camioneta.
—Mirad esto —dijo Junior—. Cerveza directamente de casa, así tal cual: sin discusiones, sin falso carnet de identidad. No puedo creer que tus padres te dejen hacerlo.
—¿Por qué no? —dijo Frank—. A ellos no les importa una puñeta.
—Oh, te creo, Frank, puedo oír ahora mismo la voz de tu mamá. —Dennis empezó a hablar con voz de falsete—: Aquí tienes tu cerveza, Frank. No te la bebas de un solo trago.
Todos se echaron a reír. La madre de Frank se había pasado media vida gimoteándole a su hijo acerca de que iría de cabeza al infierno si cogía alguno de los sucios vicios de su padre.
—Están fuera de la ciudad, y dejaron la cerveza —dijo Frank—. De modo que la cogí. —Miró a Buddy—. Él se chivará.
—No, no lo hará —dijo Junior.
—Y un infierno —dijo Frank—. Mírale ahí sentado, observándolo todo con la boca cerrada.
—¿Qué se supone que debe hacer —bufó Junior—, mirar al sol y cantar ópera?
—No diré nada, Frank —dijo Buddy.
—Bueno, pero tú no vas a beber —dictaminó Frank—. Así que ni siquiera pienses en ello. Ni siquiera respires al lado de la nevera.
—De acuerdo —dijo Buddy. Le parecía bien. Frank podía hacerse el jefe con él todo lo que quisiera. No le importaba, porque Junior siempre estaba de su lado. Ninguno de los amigos de Junior se metía tampoco con él. Junior era la clase de tipo que, hiciera lo que hiciese, los demás lo consideraban bien. Así que Buddy terminó en la parte de atrás de la camioneta con Dennis y Todd, observando cómo se metían salchichas de Frankfurt en los pantalones, sujetándolas con la cremallera, y reían hablando de lo que ocurriría si se ponían de pie para que los demás conductores pudieran verles. Por supuesto seguían sentados en el piso de la camioneta, y se sacaron rápidamente las salchichas la primera vez que creyeron que alguien podía verles, pero fue divertido de todos modos.
Cuando se detuvieron en el semáforo de Verona, Todd se inclinó hacia la cabina y le gritó por la ventanilla a Junior:
—¡Conduces demasiado lento, viejo!
—¡A ver, esas chicas de atrás, sujetaos las bragas! —se limitó a responder Junior.
—¡Dale un mordisco a esto! —gritó Todd. Metió una salchicha de Frankfurt en el rostro de Junior. Junior agachó la cabeza hacia un lado, puso una marcha y arrancó bruscamente. Todd se vio arrojado hacia atrás, y perdió el equilibrio, y estuvo a punto de caer de la camioneta, pero tan pronto como se recuperó se echó a reír y fingió que no se había asustado—. ¡Esto me gusta! —gritó—. ¡Dale marcha, hombre! —Sin embargo, Buddy sabía que Junior no estaba conduciendo más aprisa que antes.
Les tomó cuarenta y cinco minutos ir de Jacksonville, más allá de Camp Lejeune, hasta la playa de abajo en Topsail Island. Era una playa asquerosa, como todas las playas, sucia y empinada y con carteles de prohibido nadar, pero estaba cerca y nadie deseaba nadar de todos modos. Encendieron un fuego tan rápido como puede esperarse de unos antiguos Boy Scouts, y abrieron las cervezas y las bebieron tan rápido como puede esperarse de los hijos de suboficiales de los marines de los Estados Unidos.
Buddy nunca había estado en una fiesta donde todo el mundo bebiera. Al principio se mostraron alegres, contando chistes verdes y otros divertidos y de tanto en tanto algunos que eran a la vez verdes y divertidos. Pero al cabo de un rato los chistes se fueron y no volvieron, y Frank amenazó a Buddy con mil torturas si alguna vez decía a alguien algo de aquello, y Dennis se peleó con Larry porque éste le había echado arena en sus salchichas. Buddy se fue a dar un paseo por la playa.
Era un lugar traicionero, donde la corriente venía normalmente directa de frente desde la isla. La playa no dejaba de ser devorada por el mar, así que era empinada, y las olas eran más altas y más violentas que en la mayoría de los otros lugares a lo largo de la costa de Carolina del Norte. Más tarde Buddy vería constantemente olas como aquéllas en California, pero, aquel 14 de octubre de 1961, pensó que aquéllas eran las olas más altas y más terribles de todo el mundo.
No podía apartar los ojos de ellas. Contemplaba hincharse el océano, lo veía alzarse mientras avanzaba, y luego, cuando se enroscaba y rompía contra la orilla y se estrellaba en la playa, se imaginaba a sí mismo dentro de la ola, tan pequeño como un pez, con la ladera del agua a sus espaldas v el rizo de la ola aplastándose sobre su cabeza. Notaba la fuerza del agua como si fuera su propia fuerza, su propio cuerpo. Le hacía sentirse tan fuerte que podía golpear con los puños la dura arena mojada y causar un terremoto que derribaría los edificios de Jacksonville.
No podía resistir el no estar en el agua. No iba a nadar. No iba a acercarse demasiado a las olas. Pero tenía que sentir la resaca fluir sobre sus pies. Era demasiado duro permanecer en la arena seca, con zapatos. Tenía que enraizarse en el mar. Aunque estuviera frío. Aunque luego le riñeran.
Se quitó cuidadosamente los zapatos, desatando los cordones y dejando los calcetines cruzados encima. La brisa era fría en sus pies, y, cuando avanzó hasta donde la arena estaba mojada, fue más fría aún. Sus pies se hundieron ligeramente en la arena, y ésta se volvió blanca allá donde pisaba, como si su peso estuviera estrujando fuera el agua. Como si pudiera conducir el mar lejos de la orilla simplemente caminando hacia él.
Al principio permaneció alejado, allá donde los restos de las frías olas se limitaban a lamer, cosquilleando. Siempre le había gustado la forma en que la resaca parecía sorber la arena alrededor de sus pies, como si el suelo se estuviera moviendo hacia el mar. Era una resaca fuerte, pero la marea estaba menguando y, mientras caminaba a lo largo de la playa, tuvo que ir acercándose a las olas a fin de mantener los pies mojados.
Creyó oír a alguien llamarle. Cuando se volvió, el fuego estaba fuera de su vista. Se había alejado más de lo que pensaba. Echó a correr de vuelta, con sus pies aplastando la mojada arena o chapoteando en la resaca.
—¡Ya vuelvo! —gritó.
Pero, cuando el fuego apareció de nuevo ante su vista, todo seguía como estaba cuando lo abandonó, con los chicos sentados sobre sus chaquetones en torno a las llamas. Buddy se sintió estúpido por haber gritado. Nadie le había llamado. Pero ahora Junior se estaba levantando y venía hacia él, tambaleándose un poco. Borracho.
—¿Qué ocurre? —preguntó Junior.
—Nada —dijo Buddy. Se volvió, se adentró un poco más en la resaca, hizo un gesto a Junior de que se fuera.
—¿Qué? —dijo Junior.
Buddy se volvió hacia su hermano. Junior ni siquiera podía mantenerse en pie, no dejaba de tambalearse para no perder el equilibrio. Mientras una ola se estrellaba tras él, Buddy gritó:
—¡Nada! ¡Vuelve con tus amigos!
Junior gritó algo en respuesta y agitó una mano, pero Buddy no pudo oírle. Y entonces sintió la ola golpear en la parte de atrás de sus piernas. La parte de atrás de sus muslos. Se había adentrado demasiado en las olas. Aquélla debía haber sido una realmente grande, le había llegado por encima de las rodillas. Echó a andar hacia la orilla, pero sus piernas se movían demasiado lentamente en el agua, y la resaca volvió antes de que hubiera dado un segundo paso. La arena fue arrastrada de debajo de sus pies y cayó hacia delante, y su cuerpo chapoteó en el agua. Cubrió su cabeza. Se debatió para sentarse, para rodar sobre sí mismo; por un momento su cabeza estuvo fuera del agua, y oyó a Junior gritar: «¡Hija de puta!», y pensó: Me he metido en problemas. Entonces notó su cuerpo agitarse en la turbulencia dentro de la rompiente de la ola, y fue sorbido hacia abajo. No podía encontrar el fondo, no podía recordar qué lado era arriba, y no tenía aire en sus pulmones: no había inspirado profundamente antes de meterse bajo el agua. Le dolía el pecho, urgiéndole a que abriera la boca y respirara.
Y entonces, bruscamente, sus pies patearon en el aire. Estaba boca abajo sin siquiera haberse dado cuenta de ello. Dobló su cuerpo y pateó de nuevo, y su cabeza rompió la superficie, y abrió la boca y respiró, una enorme bocanada que terminó con su boca llena de agua. Tragó y sintió la repentina náusea, luego volvió a patear hacia la superficie, intentando nadar y mantenerse arriba. Era un buen nadador. Papá se había asegurado de que sus chicos fueran buenos nadadores.
Una ola lo alzó. Por un momento estuvo lo suficientemente alto como para ver la orilla, justo en el momento en que Junior arrojaba a un lado su segundo zapato y chapoteaba hacia el agua. ¡Esto está bien!, pensó Buddy. Junior me salvará. Todo irá bien.
Mientras se deslizaba hacia abajo en el hueco entre las olas, sin embargo, recordó que Junior estaba borracho. Era incapaz de salvar a nadie. Vuelve, pensó. Quédate en la playa.
La corriente lo había arrastrado ya lo bastante lejos como para que, cuando la siguiente ola lo alzó, el fuego en la playa fuera como la luz de una vela con sombras de arañas agitándose a su alrededor. Sería estúpido intentar luchar contra la corriente y nadar hacia el fuego. Ni siquiera podía nadar hacia la orilla…, la corriente lo estaba empujando hacia el sur, a lo largo de la costa y hacia mar abierto. Lo mejor que podía hacer era nadar para mantenerse a flote y situarse en ángulo hacia el oeste, intentando salir de la corriente. Era tan fría. La mitad de las veces ni siquiera podía alzarse lo suficiente como para respirar. Sus ropas eran tan pesadas, parecían como grandes algas aferrándolo, tirando de él hacia abajo.
—¡Por aquí!
Buddy miró hacia la orilla, o hacia donde creía que estaba la orilla.
—¡Por aquí, chico! ¡Hacia el bote!
Se volvió en el agua y vio un destello rojo y azul. Un bote de pesca. Pero estaba en el lado equivocado. Las olas iban en dirección contraria cuando intentó nadar hacia él. Incluso resultaba difícil respirar, y cada vez que lo intentaba se le llenaba la boca de agua. Hasta una vez en que respiró agua y se atragantó. No puedes nadar mientras te atragantas. Se hundió. Tosió convulsivamente, contra su voluntad; jadeó, y más agua entró en sus pulmones. Era como un duro y frío puño dentro de su pecho. Ahora necesitaba más que nunca aire. Intentó expulsar el agua. En vez de ello, su cuerpo aún aspiró más agua dentro de sus pulmones, en un desesperado intento por respirar.
Voy a morir, pensó.
Pero, aunque una respuesta instintiva lo estaba matando, otra lo mantenía con vida. Sus piernas siguieron pateando. Sus brazos no dejaron de nadar. Y eso lo mantuvo lo suficientemente cerca de la superficie como para que los pescadores pudieran
sujetarlo, tirar de él, sacarlo del agua y echarlo al fondo de la barca y hacerle expulsar el agua de los pulmones apretando con fuerza contra su pecho.
Pudo sentir el agua brotar por su tráquea, por su garganta, como un surtidor, causándole unas intolerables náuseas. Era peor que vomitar, más doloroso, más terrible de lo que había sido ahogarse. Cuando el aire volvió a entrar en sus pulmones, le dolió. Y entonces las enormes y pesadas manos del marinero apretaron de nuevo, extrayendo más agua. Se atragantó. Intentó gritar de dolor, y entonces gritó. Estaba vivo. Por fuerte que éste fuera, le había ganado al mar. Entonces recordó.
—¡Junior! —gritó.
Los marineros lo retuvieron tendido.
—¡Tranquilo, chico!
—¡Mi hermano!
Entonces le dejaron levantarse, y todos corrieron a mirar. Aún atragantándose, Buddy se les unió, aferrándose a la borda y mirando. Debía ser en la dirección equivocada, porque Junior no se veía por ninguna parte.
Pero Junior no estaba allí, miraran hacia donde miraran, y cuando los marineros lo llevaron al puerto en Topsail Beach y un hombre lo condujo de vuelta siguiendo la costa hasta donde estaba aparcada la camioneta cerca del moribundo fuego, Junior no estaba allí tampoco. Todd y Dennis y Larry no estaban sobrios, pero estaban solemnes; Frank aún seguía diciendo furiosamente que no deberían haberle sacado del agua, que él hubiera salvado a Junior y también al mocoso. A Buddy no le importó que le llamara mocoso. Sólo le importó que las ropas de Frank chorreaban. Al menos lo había intentado.
Las llaves de la camioneta estaban en el bolsillo de Junior. Tuvieron que aguardar una hora a que llegaran sus padres. Por entonces ya habían efectuado su declaración a la policía y a un periodista. Nadie había tenido el buen sentido de esconder las cervezas. El periodista contó veintidós botellas vacías de cerveza y dos que aún contenían algo de líquido. La historia estuvo en los periódicos al día siguiente. Se celebró un servicio en la base. Todo el mundo iba vestido con sus uniformes de gala. Buddy estaba acostumbrado a ver a todos aquellos hombres con sus uniformes, y eso le hacía sentirse siempre seguro. Pero ahora sabía que no eran nada comparados con el poder del mar. Pequeños hombres en pequeños botes con pequeñas armas. No eran nada.
Dos semanas después de Navidad, papá fue asignado como consejero para ayudar al entrenamiento de los soldados sud-vietnamitas. La familia iría a vivir a Hawai. Papá llevó a Buddy de vuelta a Topsail Island una vez más, el último día antes del traslado. No le preguntó nada a Buddy y Buddy no le preguntó nada a él, pero ambos sabían que debían ir allí a decir adiós. No hablaron durante todo el camino. Buddy no dejó de revivir la última vez que había recorrido aquella carretera. Se imaginó a sí mismo abriendo la nevera y arrojando las botellas de cerveza a la calzada, una a una. Se imaginó a sí mismo sentado en la arena, poniéndose los zapatos en vez de quitárselos. Caminando por la empinada playa hacia el fuego. Se imaginó a todos volviendo a la camioneta y conduciendo juntos de vuelta a casa, riendo y borrachos y estúpidos pero por el amor de Dios vivos.
Papá aparcó en el lugar exacto. La medio quemada madera del fuego aún estaba allí. O quizás era el fuego de algún otro. Las olas seguían golpeando como aquel día de octubre, sólo que ahora hacía mucho más frío y el cielo estaba encapotado con densas nubes. Pero el mar se movía del mismo modo, agitándose bajo el cielo como si intentara desembarazarse de la atmósfera, arrancar cada pedazo de tierra, hasta que todo el mundo no fuera más que olas y corrientes sin resaca en ninguna parte porque ya no quedaba nada lo suficientemente sólido y resistente como para romper el mar.
Papá apoyó una mano en el hombro de Buddy.
—Mis dos chicos fueron al mar —dijo—, pero el mar me devolvió sólo uno. Cada día le doy gracias al piadoso Dios por ello, Virgil.
Buddy no dio gracias a Dios por nada. Buddy cogió el más largo de los troncos medio quemados y se apartó de su padre, hacia el mar. Oyó a su padre seguirle, pero no le importó. Caminó directamente hacia el borde del agua y luego se metió en ella, con zapatos y todo. Se metió en ella hasta que el agua le llegó a los tobillos y la resaca empezó a sorber bajo sus pies.
Sorbe todo lo que quieras, hija de puta.
Buddy alzó el tronco sobre su cabeza como si fuera un mazo y lo clavó en el retroceso del agua de una de las olas. El tronco atravesó el agua y golpeó la arena. El agua chapoteó a su alrededor. Luego Buddy alzó el tronco y lo clavó de nuevo, con todas sus fuerzas. Y de nuevo. Y de nuevo, golpeando al mar pero sin dejar ninguna cicatriz,


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