El arte de ensoñar

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LOS BRUJOS DE LA ANTIGÜEDAD

Don Juan solía decirme, muy a menudo, que todo lo que hacia y todo lo que me estaba enseñando fue previsto y resuelto por los brujos de la antigüedad. Siempre puso muy en claro que existía una profunda distinción entre esos brujos y los brujos modernos. Categorizó a los brujos de la antigüedad como hom¬bres que existieron en México quizá miles de años antes de la conquista española; hombres cuya obra fue construir la estruc¬tura de la brujería, enfatizando lo práctico y lo concreto. Los presentó como hombres brillantes pero carentes de cordura. Por otro lado, don Juan describió a los brujos de ahora como hom¬bres renombrados por su sobriedad y su capacidad de rectificar o readaptar el curso de la brujería, si así lo juzgaban necesario.
Don Juan me explicó que las premisas pertinentes al ensueño fueron, naturalmente, contempladas y desarrolladas por los brujos de la antigüedad. Ya que esas premisas son de importan¬cia clave para explicar y entender el ensueño, me veo en la necesidad de discutirlas una vez más. La mayor parte de este libro es, por lo tanto, una reintroducción y una ampliación de lo que en mis trabajos previos ya he presentado.
Durante una de nuestras conversaciones, don Juan expuso que a fin de poder apreciar la posición de los ensoñadores y el ensueño, uno tiene que comprender el empeño de los brujos de ahora por cambiar el curso establecido de la brujería y llevarla de lo concreto a lo abstracto.
¿A qué llama usted lo concreto, don Juan?  le pregunté.
-A la parte práctica de la brujería -me dijo . A la insistencia obsesiva en prácticas y técnicas; a la injustificada influencia so¬bre la gente. Todo lo cual era el quehacer de los brujos del pasado.
¿Y a qué llama usted lo abstracto?
A la búsqueda de la libertad; libertad para percibir, sin obsesiones, todo aquello que es humanamente posible. Yo digo que los brujos de ahora están en busca de lo abstracto, porque buscan la libertad y no tienen ningún interés en ganancias concretas; ni tampoco en funciones sociales, como los brujos del pasado. De modo que nunca los encontrarás actuando como videntes oficiales, o como brujos con titulo.
¿Quiere usted decir, don Juan, que el pasado no tiene valor alguno para los brujos de ahora?
-Por cierto que tiene valor. El sabor de ese pasado es lo que no nos gusta. Yo personalmente detesto la oscuridad y la mor¬bidez de la mente. Me gusta la inmensidad del pensamiento. Sin embargo, a pesar de mis gustos y disgustos, les tengo que dar crédito a los brujos de la antigüedad; ellos fueron los primeros en descubrir y hacer todo lo que nosotros sabemos y hacemos ahora.
Don Juan me explicó que el mayor logro de los brujos de antaño fue percibir la esencia energética de las cosas. Fue un logro de tal magnitud que lo convirtieron en la premisa básica de la brujería. Hoy en día, con mucha disciplina y entrena¬miento, los brujos adquieren la capacidad de percibir la natu¬raleza intrínseca de las cosas; una capacidad a la que llaman ver.
¿Qué es lo que significaría para mí el percibir la esencia energética de las cosas? -le pregunté una vez a don Juan.
Significaría percibir energía directamente -me contestó . Separando la parte social de la percepción, percibirías la natu¬raleza intrínseca de todo. Lo que percibimos es energía, pero como no podemos percibir energía directamente, procesamos nuestra percepción para ajustarla a un molde. Este molde es la parte social de la percepción, y lo que se tiene que separar.
-¿Por qué hay que separarlo?
-Porque reduce el alcance de lo que se puede percibir y por¬que nos hace creer que el molde al cual ajustamos nuestra percepción es todo lo que existe. Estoy convencido de que el hombre, para sobrevivir en esta época, tiene que cambiar la base social de su percepción.
¿Cuál es la base social de la percepción, don Juan?
La certeza física de que el mundo está compuesto de objetos concretos. Llamo a esto la base social de la percepción, porque todos nosotros estamos involucrados en un serio y feroz es¬fuerzo a percibir el mundo en términos de objetos.
¿Cómo deberíamos entonces de percibir el mundo?
Como energía. El universo entero es energía. La base social de la percepción debería ser entonces la certeza física de que todo lo que hay es energía. Deberíamos empeñarnos en un poderoso esfuerzo social a fin de guiarnos para percibir energía como energía. Tendríamos de este modo ambas alternativas al alcance de nuestras manos.
¿Es posible entrenar gente de tal manera? -pregunté.
Don Juan respondió que sí era posible. Y que esto era pre¬cisamente lo que estaba haciendo conmigo y con sus otros aprendices. Estaba enseñándonos una nueva forma de percibir; primeramente, forzándonos a darnos cuenta de que procesamos nuestra percepción hasta hacerla encajar en un molde y, luego, guiándonos con mano dura a percibir energía directamente. Me aseguró que su método era muy parecido al que se usa normal¬mente para enseñarnos a percibir el mundo cotidiano; y tam¬bién me aseguró que él confiaba plenamente que al procesar nuestra percepción, para hacerla encajar en un molde social, ésta pierde su poder cuando nos damos cuenta de que hemos aceptado ese molde como herencia de nuestros antecesores, sin tomarnos la molestia de examinarlo.
-Percibir un mundo de objetos sólidos, que tuvieran ya sea un valor positivo o negativo, debe de haber sido absolutamente indispensable para la sobrevivencia de nuestros antepasados -dijo don Juan . Después de milenios de percibir de esta ma¬nera, sus herederos, nosotros, estamos hoy día forzados a creer que el mundo está compuesto de objetos.
-No puedo concebir el mundo de ninguna otra manera, don Juan -me quejé . Es, sin lugar a dudas, un mundo de objetos. Para probarlo, todo lo que tenemos que hacer es estrellarnos contra ellos.
-Por supuesto que es un mundo de objetos; no estamos discutiendo eso.
¿Qué es lo que estamos discutiendo entonces?
-Lo que estoy discutiendo es que, primero, este es un mun¬do de energía, y después, un mundo de objetos. Si no em¬pezamos con la premisa de que es un mundo de energía, nunca seremos capaces de percibir energía directamente. Siempre nos detendrá la certeza física de lo que tú acabas de señalar: la solidez de los objetos.
Su argumento me dejó perplejo. En aquellos días, mi mente simplemente rehusaba considerar que hubiera otra alternativa de percibir el mundo, excepto aquella con la cual estamos todos nosotros familiarizados. Las afirmaciones de don Juan y los pun¬tos que se esforzaba en plantearme eran proposiciones estra¬falarias que yo no podía aceptar, pero que tampoco podía rehusar.
-Nuestra manera de percibir es la manera en que un pre¬dador percibe -me dijo don Juan en una ocasión . Una manera muy eficiente de evaluar y clasificar la comida y el peligro. Pero esa no es la única manera que somos capaces de percibir. Hay otro modo; el que te estoy enseñando: el acto de percibir la energía misma, directamente.
«Percibir la esencia de todo nos hace comprender, clasificar y describir al mundo, en términos completamente nuevos; en términos mucho más incitantes y sofisticados.
Esto era lo que don Juan afirmaba. Y los términos más so¬fisticados, a los que se refería, eran aquellos que le enseñaron sus predecesores. Términos que corresponden exclusivamente a premisas básicas de la brujería; premisas que no tienen fun¬damento racional, ni relación alguna con las verdades de nuestro mundo de todos los días, pero que sí son realidades evidentes para aquellos brujos que perciben energía directa¬mente y ven la esencia de todo.
Para tales brujos, el acto más significativo de la brujería es el ver la esencia del universo. De acuerdo a don Juan, los brujos de la antigüedad, los primeros en verla, la describieron de la mejor manera posible. Dijeron que se asemeja a hilos incan¬descentes que se extienden en el infinito, en todas las direccio¬nes concebibles; filamentos luminosos que están conscientes de sí mismos, en formas imposibles de comprender.
De ver la esencia del universo, los brujos de la antigüedad pasaron a ver la esencia de los seres humanos. La describieron como una configuración blanquecina y brillante, parecida a un huevo gigantesco. Y por ello llamaron a esa configuración el huevo luminoso.
Cuando los brujos ven seres humanos -dijo don Juan , ellos ven una gigantesca forma luminosa que flota, y que al mover¬se va haciendo un profundo surco en la energía de la tierra; como si tuviera una profunda raíz que va arrastrándola.
La idea de don Juan era que nuestra forma energética con¬tinúa cambiando a medida que pasa el tiempo. Dijo que todos los videntes que él conocía, incluso él mismo, veían que los se¬res humanos son más como bolas, o aun como lápidas sepul¬crales, que huevos; pero que de vez en cuando, debido a razones desconocidas, los brujos ven una persona cuya energía tiene la forma de un huevo luminoso. Lo que don Juan sugirió fue que quizá las personas que hoy en día tienen la forma de un huevo luminoso son más semejantes a la gente de tiempos antiguos.
En el curso de sus enseñanzas, don Juan discutió y explicó repetidamente lo que él consideraba el hallazgo decisivo de los brujos de la antigüedad. Lo describió como la característica crucial de los seres humanos como globos luminosos: un punto redondo de intensa luminosidad, del tamaño de una pelota de tenis, alojado permanentemente dentro del globo luminoso, al ras de su superficie, aproximadamente sesenta centímetros detrás de la cresta del omóplato derecho.
Ya que yo tenía mucha dificultad en visualizar esto, don Juan me explicó que la bola luminosa es mucho más grande que el cuerpo humano; que el punto de intensa brillantez es parte de esta bola de energía; y que está colocado en un lugar a la altura del omóplato derecho, a un brazo de distancia de la espalda de una persona. Dijo que después de ver lo que este punto hace, los brujos antiguos lo llamaron el punto de encaje.
-¿Qué es lo que hace el punto de encaje? -le pregunté.
-Nos hace percibir  contestó . Los brujos de la antigüedad vieron que en los seres humanos ese es el punto donde la per¬cepción tiene lugar. Viendo que todos los seres vivientes tienen tal punto de brillantez, los brujos de la antigüedad llegaron a la conclusión de que la percepción en general ocurre en ese punto.
-¿Qué fue lo que los brujos de la antigüedad vieron para llegar a la conclusión de que la percepción ocurre en el punto de encaje? -pregunté.
Respondió que, primero, vieron que de los millones de fila¬mentos de energía del universo que pasan a través de la bola luminosa, sólo un pequeño número de éstos pasa directamente por el punto de encaje, como es de esperarse, ya que es pequeño en comparación con la totalidad de la bola.
Después vieron que un resplandor esférico, ligeramente más grande que el punto de encaje, siempre lo rodea, y que este resplandor intensifica enormemente la luminosidad de los fila¬mentos que pasan directamente a través del punto de encaje.
Y finalmente, vieron dos cosas; la primera, que el punto de encaje de los seres humanos se puede desalojar del lugar donde usualmente se localiza. Y la segunda, que cuando el punto de encaje está en su posición habitual, a juzgar por el normal comportamiento de los sujetos observados, la percep¬ción y la conciencia de ser, son usuales. Pero cuando el punto de encaje y la esfera de resplandor que lo rodea están en una posición diferente a la habitual, el insólito comportamiento de los sujetos observados es prueba de que su conciencia de ser es diferente y de que están percibiendo de una manera que no les es familiar.
La conclusión que los brujos de la antigüedad sacaron de todo esto fue que cuanto mayor es el desplazamiento del punto de encaje, más insólito es el consecuente comportamiento, y la consiguiente percepción del mundo y la conciencia de ser.
-Date cuenta de que cuando hablo de ver, siempre te digo que lo que veo tiene la apariencia de algo conocido, o es como esto o lo otro  don Juan me previno . Todo lo que uno ve es algo tan único, que no hay manera de hablar de ello, excepto comparán¬dolo con algo que nos es natural.
Dijo que un ejemplo adecuado era la forma en que los brujos tratan el punto de encaje y el resplandor que lo rodea. Los des¬criben como una brillantez, y sin embargo no puede ser una brillantez ya que los videntes los ven sin sus ojos. Como de una u otra manera tienen que traducir su experiencia a términos visuales, dicen que el punto de encaje es una mancha de luz, y que alrededor de ella hay una especie de halo, un resplandor. Don Juan señaló que somos de tal modo visuales, y que estamos de tal modo regidos por nuestra percepción de predadores, que todo lo que vemos tiene que ser integrado a lo que el ojo de pre¬dador normalmente ve.
Después de ver lo que el punto de encaje y el resplandor que lo rodea parecen hacer, los brujos de la antigüedad ofrecieron una explicación. Propusieron que en los seres humanos, la esfera resplandeciente que rodea al punto de encaje se enfoca en los millones de filamentos energéticos del universo que pa¬san directamente a través de él; y al hacerlo, automáticamente y sin premeditación alguna, junta a esos filamentos de energía, unos con los otros, los aglutina, creando la percepción estable de un mundo.
-¿Cómo es que esos filamentos, de los que usted habla, se juntan unos con otros y crean la percepción estable de un mundo?  pregunté.
-No hay quien pueda saber eso -contestó enfáticamente . Los brujos ven el movimiento de la energía, pero verlo no quiere decir que puedan saber cómo o por qué la energía se mueve.
Don Juan expuso que, viendo cómo ese resplandor que rodea al punto de encaje es en extremo tenue en personas que están inconscientes o a punto de morir, y que está totalmente ausente en los cadáveres, los brujos de la antigüedad se convencieron de que ese resplandor es la conciencia de ser.
-¿Y qué pasa con el punto de encaje, don Juan? ¿Está ausente en los cadáveres?  le pregunté.
Contestó que el punto de encaje y el resplandor que lo rodea son la marca de la vida y la conciencia, y que no hay rastro alguno de ellos en los seres muertos. La inevitable conclusión a la que llegaron los brujos de la antigüedad, al observar aquello, fue que la conciencia, la vida y la percepción van juntas, y que están inextricablemente ligadas al punto de encaje y al resplan¬dor que lo rodea.
¿Hay alguna posibilidad de que esos brujos se hayan equi¬vocado respecto a lo que veían?  pregunté.
-No te puedo explicar cómo, pero no hay manera de que los brujos se puedan equivocar en lo que ven  dijo don Juan en un tono que no admitía argumento . Ahora bien, las conclusiones a las que llegan como resultado de ver pueden ser erróneas, quizá debido a que son ingenuos, no instruidos. A fin de evitar este desastre, los brujos tienen que cultivar su mente, de la manera más formal que puedan.
En seguida suavizó su tono, y comentó que realmente sería preferible que los brujos se atuvieran únicamente a describir lo que ven, pero que la tentación de sacarlo en limpio y explicar¬lo, aunque sólo sea a si mismos, es tan intensa que es irresistible.
Los efectos del desplazamiento del punto de encaje fueron otra configuración energética que los brujos de la antigüedad pudieron ver y estudiar. Don Juan decía que cuando el pun¬to de encaje se desplaza a otra posición, un nuevo conglo¬merado de millones de filamentos energéticos entran en juego en esa nueva posición. Los brujos de la antigüedad, al ver es¬to, concluyeron que ya que el resplandor de la conciencia está siempre presente en cualquier lugar donde el punto de encaje se encuentre, automáticamente la percepción se realiza en esa ubicación. Por supuesto que el mundo resultante no puede ser nuestro mundo de eventos cotidianos, sino que tiene que ser otro.
Don Juan explicó que los brujos de la antigüedad distinguie¬ron dos tipos de desplazamiento del punto de encaje. Uno, era el desplazamiento a cualquier posición en la superficie o en el interior de la bola luminosa; un desplazamiento al cual llama¬ron cambio del punto de encaje. El otro, era el desplazamiento a posiciones fuera de la bola luminosa; al cual llamaron movi¬miento del punto de encaje. Descubrieron que la diferencia entre un cambio y un movimiento estaba en la clase de percepción que cada uno de ellos permite.
Puesto que los cambios del punto de encaje son desplaza¬mientos dentro de la bola luminosa, los mundos engendrados por ellos, por raros, maravillosos o increíbles que fueran, son mundos aún dentro del reino de lo humano. El reino de lo humano está compuesto, naturalmente, de todos los billones de filamentos energéticos que pasan a través de toda la bola lumi¬nosa. Por otro lado, los movimientos del punto de encaje, desde el momento en que son desplazamientos a posiciones fuera de la bola luminosa, ponen en juego a filamentos energéticos que están fuera del reino de lo humano. Percibir tales filamentos en¬gendra mundos que sobrepasan toda comprensión; mundos inconcebibles que no tienen huella alguna de antecedentes hu¬manos.
En esos días, el problema de la verificación desempeñaba un rol muy importante para mi.
-Discúlpeme don Juan -le dije en una ocasión , pero este asunto del punto de encaje es una idea tan rebuscada, tan inadmisible que no sé cómo tomarla o qué pensar de ella.
Hay algo que puedes hacer  replicó . ¡Ve el punto de encaje! No es tan difícil verlo. La dificultad está en romper el paredón que mantiene fija en nuestra mente la idea de que no podemos hacerlo. Para romperlo necesitamos energía. Una vez que la tenemos, ver sucede de por si. El truco está en abandonar el fortín dentro del cual nos resguardamos: la falsa seguridad del sentido común.
-Es obvio, don Juan, que se requiere de mucho conocimiento para poder ver. No es sólo cuestión de tener energía.
Créeme que es sólo cuestión de energía. Tener energía facilita poder convencerse a uno mismo que si se puede hacer, pero para ello, se necesita confiar en el nagual. Lo maravilloso de la brujería es que cada brujo tiene que verificar todo por experiencia propia. Te hablo acerca de los principios de la bru¬jería, no con la esperanza de que los memorices sino con la esperanza de que los practiques.
Por cierto que don Juan estaba en lo correcto acerca de la necesidad de tener fe, y de confiar en el nagual. En las primeras etapas de los trece años de mi aprendizaje con don Juan, me dio mucho trabajo afiliarme a su mundo y su persona. Tal afiliación requería confiar implícitamente en él como el nagual y acep¬tarlo sin duda ni recriminaciones.
El papel que desempeñaba don Juan en el mundo de los brujos se sintetizaba en el nombre titular que sus congéneres le otorgaban; lo llamaban el nagual. Me explicaron que se pue¬de otorgar el nombre titular de nagual a cualquier persona, hombre o mujer, dentro del mundo de los brujos, que posea una específica configuración energética, semejante a una doble bola luminosa. Los brujos creen que cuando una de tales perso¬nas entra en el mundo de la brujería, la carga extra de energía se convierte en capacidad para guiar. De esta manera, el na¬gual se convierte en la persona más apropiada para dirigir, para ser el líder.
Al principio, sentir tal fe y confianza en don Juan era para mí algo no solamente inaudito sino aun molesto. Cuando discutí esto con él, me aseguró que confiar de tal forma en su maestro le había resultado igualmente difícil.
Le dije a mi maestro lo mismo que tú me estás diciendo ahora  explicó don Juan . Mi maestro me contestó que sin esa fe y confianza en el nagual no hay posibilidad de alivio y, por consiguiente, no hay posibilidad de limpiar los escombros de nuestras vidas a fin de ser libres.
Don Juan reiteró cuán en lo cierto estaba su maestro. Y yo reiteré mi profundo desacuerdo. Le conté que yo había crecido en un ambiente religioso rígido y coercitivo que todavía me perseguía en mi vida actual. Las declaraciones de su maestro, y su propia aquiescencia a su maestro, me recordaban el dogma de obediencia que tuve que aprender de niño, el cual yo abo¬rrecía sobre todo lo demás.
Cuando habla usted acerca del nagual, me suena como si estuviera usted expresando una creencia religiosa  le dije.
Puedes creer lo que se te dé la gana  contestó don Juan . El hecho es que sin el nagual no hay partida. Yo sé y te lo digo. Así lo dijeron todos los naguales anteriores a mí. Pero no lo dijeron como asunto de importancia personal; ni yo tampoco. Decir que sin el nagual no se puede encontrar el camino, se refiere por completo al hecho de que el nagual es un nagual porque puede reflejar lo abstracto, el espíritu, mejor que los demás. Pero eso es todo. Nuestro vínculo es con el espíritu mismo y sólo inci¬dentalmente con el hombre que nos trae su mensaje.
Aprendí a confiar implícitamente en don Juan como el na¬gual, y esto, tal como me lo había dicho, me trajo un profundo alivio, y mayor capacidad para aceptar lo que él se esforzaba por enseñarme.
En sus enseñanzas, puso un gran énfasis en continuar sus explicaciones acerca del punto de encaje. Una vez le pregunté si el punto de encaje tenía que ver con el cuerpo físico.
-No tiene nada que ver con lo que normalmente percibimos como el cuerpo -dijo . Es parte del huevo luminoso, el cual es nuestro ser energético.
¿Cómo se desplaza? -pregunté.
-A través de corrientes energéticas, que son como empello¬nes de energía que se sienten afuera o adentro, no del cuerpo sino del huevo luminoso. Generalmente, son corrientes impre¬decibles que ocurren de por sí. Con los brujos, sin embargo, son corrientes predecibles; controladas por el intento de ellos.
¿Puede usted sentir esas corrientes, don Juan?
-Todo brujo las siente. Y lo que es más, todo ser humano las siente. Lo malo es que la gente común y corriente está muy ocupada con sus problemas y no le presta atención alguna a este tipo de sensaciones.
-¿Qué siente uno al recibir una de esas corrientes?
Como una leve molestia; una sensación vaga de tristeza seguida inmediatamente por una desmedida euforia. Ya que esa clase de tristeza o de euforia no tienen fundamento real, nunca los consideramos como verdaderos asaltos de lo des¬conocido, sino como inexplicables arranques de mal o de buen humor.
¿Qué pasa cuando el punto de encaje se mueve afuera del huevo luminoso? ¿Se queda colgando afuera o está atado a él?
Empuja el contorno de la formación luminosa hacia afue¬ra, sin romper sus limites energéticos.
Don Juan me explicó que el resultado de un movimiento del punto de encaje es un cambio total en la estructura energética de los seres humanos. De ser una bola o un huevo luminoso, se convierte en algo parecido a una pipa de fumar. El pitillo de la pipa es el punto de encaje, y el cuenco es lo que queda de la bola luminosa. Si el punto de encaje continúa moviéndose, lle¬ga un momento en que la pipa luminosa se convierte en una delgada línea de energía.
Don Juan prosiguió explicando que los brujos de la anti¬güedad fueron los únicos que lograron esta proeza de transfor¬mar la estructura energética del huevo luminoso a línea. Y yo le pregunté que si con esa nueva estructura esos brujos seguían siendo seres humanos.
Por supuesto que seguían siendo seres humanos  dijo . Pero creo que lo que tú quieres saber es si eran hombres de razón, personas dignas de confianza, ¿verdad? Pues no lo eran del todo.
¿De qué manera eran diferentes?
-En sus intereses y expectativas. Los esfuerzos y preocu¬paciones humanas no tenían para ellos ningún significado. Además hasta tenían un diferente porte físico.
¿Quiere usted decir que no parecían seres humanos?
-Ya te dije que eran hombres como todos nosotros. ¿Qué otra cosa podrían ser? Pero no eran del todo como tú o yo esperaríamos que fueran. Si me pongo a decirte de qué manera eran diferentes, me metería en camisa de once varas.
-¿Conoció usted alguna vez a alguno de esos hombres, don Juan?
Sí, conocí a uno.
¿Cómo era?
-En cuanto a apariencias, era como una persona común y corriente. Lo que era insólito era su comportamiento.
¿De qué modo era insólito?
-Todo lo que te puedo decir es que el comportamiento del brujo que conocí es algo que sale de lo imaginable. Pero con¬vertirlo en un asunto sólo de comportamiento es engañoso. Ese brujo es alguien a quien realmente uno debe ver para poder apreciar.
-¿Eran todos esos brujos antiguos como el que usted co¬noció?
-No sé cómo eran los otros, excepto por las historias y cuentos que los brujos han guardado por generaciones. En esas historias, esos brujos aparecen como seres bastante extrava¬gantes.
-¿Quiere usted decir monstruosos?
En cierto modo. Dicen que eran muy simpáticos, pero que a la vez causaban pavor. En realidad eran criaturas desconoci¬das. Lo que hace homogénea a la humanidad es el hecho de que todos somos como huevos o bolas luminosas. Y esos brujos ya no eran así. Eran líneas de energía tratando inútilmente de doblarse para formar un círculo.
¿Qué es lo que finalmente les sucedió, don Juan? ¿Se mu¬rieron?
-Las historias de los brujos dicen que al alargar su forma energética, también lograron alargar la duración de su con¬ciencia; de manera que están vivos y conscientes de ser hasta hoy día. Las historias también cuentan que reaparecen pe¬riódicamente en la Tierra.
¿Qué piensa acerca de todo esto, don Juan?
-Para mí, todo esto es demasiado extravagante. Yo quiero la libertad. Libertad de mantener mi conciencia de ser y sin embargo desaparecer en la vastedad. En mi opinión, los brujos de la antigüedad eran hombres tenebrosos, obsesivos, caprichosos y hasta apostaría que debido a ello se quedaron atrapados en sus propias maniobras.
«Pero no dejes que mis opiniones y sentimientos personales te nublen el panorama. El logro de los brujos de la antigüedad es inigualable. Por lo menos, nos probaron que los potenciales del hombre no son cualquier cosa.
Otro tópico de las explicaciones de don Juan fue lo indis¬pensable que son la cohesión y la uniformidad energética para el acto de percibir. Su punto de vista era que la humanidad entera percibe el mundo que conocemos, en los términos en que lo hacemos, solamente porque compartimos cohesión y unifor¬midad energética. Dijo que adquirimos estas dos condiciones automáticamente en el transcurso de nuestra crianza; y que las tomamos a tal punto por dadas que no nos damos cuenta de su importancia vital sino al momento de enfrentarnos con mundos distintos al mundo habitual. En esos momentos se hace eviden¬te que, para poder percibir de una manera coherente y total, necesitamos una nueva, apropiada cohesión y uniformidad energética.
Le pregunté qué eran la cohesión y la uniformidad. Me explicó que la forma energética del hombre tiene uniformidad puesto que todos los seres humanos son como una bola o un huevo luminoso. El hecho de que la energía del hombre se mantiene en un haz, como bola o como huevo, es prueba de que tiene cohesión. Don Juan dio como ejemplo de una nueva uniformidad y cohesión el caso de los brujos de la antigüedad. Cuando convirtieron su forma energética en una línea, todos ellos, uniformemente, mantuvieron su cohesión lineal. Uni-formidad y cohesión, a ese nivel lineal, les permitieron percibir un mundo nuevo y homogéneo.
¿Cómo se adquiere una nueva uniformidad y cohesión? -le pregunté.
-La clave es la posición del punto de encaje, o más bien, la fijación del punto de encaje  dijo.

 

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