Optimismo

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El optimismo y el pesimismo parecen a simple vista dos cualidades equivalentes, con ventajas y desventajas de signo opuesto. El optimista es más rápido para la acción, es más activo. Pero subestima las dificultades y corre el riesgo de aventurarse en forma desprevenida en sendas peligrosas. El pesimista, por el contrario, es excesivamente prudente y termina por perder muchas buenas oportunidades. En fin, lo ideal parece ser una sagaz mezcla entre ambos.

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En realidad, optimismo y pesimismo no son sólo dos actitudes con las dificultades y con el futuro. Son también dos maneras diferentes de relacionarse con uno mismo y con los otros seres humanos.


Empecemos por el pesimista. Hemos dicho que tiene una visión negativa del futuro. Pero tiene también una visión negativa de los hombres. De ellos espera lo peor. Cuando los observa descubre en todas partes las cualidades peores, las motivaciones más egoístas, menos desinteresadas. Para el pesimista la sociedad está formada por gente mezquina, corrupta, íntimamente malvada, siempre lista a sacar ventaja en beneficio propio de la situación. Gente de la cual no puede uno fiarse y que no merece nuestra ayuda.


Si le cuentan un proyecto, en poco tiempo presentará todos los obstáculos, todas las dificultades con las cuales la persona habrá de toparse. Y le dará a entender que luego, una vez alcanzado el objetivo, sólo tendrá amarguras, desilusiones y humillaciones. En poco tiempo hará sentir a la persona vacía, sin fuerzas.


El pesimista tiene un poder extraordinario de contagio. A veces basta encontrarlo a la mañana, por la calle, y en poco tiempo, transmite toda su actitud negativa y su pasividad. Tiene éxito explotando algunas tendencias presentes en todos nosotros y que no esperan otra cosa para ser despertadas y potenciadas.


La primera es nuestro miedo al futuro. La segunda es nuestra tendencia natural a la pereza, nuestra tendencia a quedarnos quietos, cerrados en nuestra cáscara. El pesimista, en realidad, es básicamente perezoso. No quiere hacer esfuerzos para adaptarse a las cosas nuevas. Es rutinario. Tiene rituales precisos para despertarse, para la comida, para el fin de semana.


Frecuentemente el pesimista es también avaro. ¿Por qué debe ser generoso, si todo el mundo está lleno de gente ávida, de corruptos, de aprovechadores? No pocas veces es, en fin, envidioso. Si se lo hace hablar, se puede observar que elogia lo que ha hecho en el pasado. Y agrega que hubiera podido hacer muchas más cosas si no hubiera sido obstaculizado, si no hubiese tanta corrupción, si no hubieran sido favorecidos aquellos que no se lo merecen.


Pasemos ahora al optimista. Comparado con el pesimista, parece ingenuo. Confía en los hombres, corre el riesgo. Si se observa más atentamente, sin embargo, uno se da cuenta de que en realidad, ve las maldades y las debilidades de los otros. Pero no se deja detener por estos obstáculos. Cuenta con el hecho de que en cada ser humano hay algunas cualidades positivas y trata de despertarlas.


El pesimista está recluido en sí mismo y no escucha a los demás, los percibe como entidades amenazantes. El optimista, en cambio, presta atención a las personas. Las deja hablar, les dedica tiempo, las observa. De esta manera logra identificar, en cada uno, algún aspecto positivo, esa cualidad que puede exaltar, hacer fructificar.


Así consigue arrastrar a los hombres, unirlos, guiarlos hacia
un objetivo. Todos los grandes organizadores, todos los grandes
emprendedores, todos los grandes políticos deben tener esta
capacidad.


El optimista también consigue superar mejor las dificultades. Porque está más abierto a soluciones nuevas y puede transformar rápidamente una desventaja en una ventaja. El pesimista ve la dificultad antes, pero se deja hipnotizar, paralizar por ella. Mientras que, a menudo, basta sólo un poco de imaginación para revertir la situación.
 

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