Con quien vengo vengo

Presiona aquí para descargar el libro Con quien vengo vengo
Texto basado en la edición de Juan Jorge Keil en su libro, COMEDIAS DE D. PEDRO CALDERON (Leipzig, 1830), Tomo 4. Fue editado en forma electrónica por David Hildner en 1998 y luego pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 2000.

conkienvengo

 

Lee las primeras páginas de este libro online

La Isla de Los Sentimientos

LEONOR:            No le has de ver.
LISARDA:                            Es en vano                   
defenderle ya.
LEONOR:                        Resuelta
estoy antes a hacer…
LISARDA:                             Suelta.
LEONOR:         …un exceso en él villano.
LISARDA:        Ya el papel está en mi mano.
¿Cómo has de excusarte agora
de que le vea?
LEONOR:                        Señora,
hermana, Lisarda, advierte…
LISARDA:        Esto ha de ser de esta suerte.
LEONOR:         ¿Quién mis desdichas ignora?

Lee

LISARDA:           «Amor, señor don Juan, que de amor
no pasa a atrevimiento, indignamente
adquiere el nombre.  Dígalo el mío;
pues me atreve a tanto que, sin mirar
el riesgo de mi vida, el temor de mi
hermano ni el recelo de Lisarda, os
suplico, vengáis esta noche por el
jardín, donde entraréis a hablarme;
y venga con vos el criado, porque,
cuando yo aventuro mi vida, trato
de asegurar la vuestra.»

(¡Notable resolución!                Aparte
Más mal hay del que pensé;
pues donde sólo busqué
una sombra, una ilusión,
hallo un engaño, una acción
tan grave.  No sé qué intente;
mas ya importa cuerdamente
disimular el agravio;
que parecer muda el sabio,
consejo toma el prudente.)
LEONOR:            ¿Estás ya contenta, di,
de haberlo sabido?
LISARDA:                            No;
porque de estas cosas yo
no he de estarlo, triste sí.
LEONOR:         ¿Mil veces no te advertí
que no llegases a ver
el papel, que había de ser
de disgusto y de pesar?
Pues quien no lo ha de estorbar
¿por qué lo quiere saber?
Mira lo que has conseguido,
que, andando yo con secreto,
con recato y con respeto
huyendo de ti, has querido
perder el que te he tenido.
Pues cuando tú no entendiste
mi amor, respetada fuiste,
y ya que lo sabes, no;
porque no he de olvidar yo,
porque tú mi amor supiste.
LISARDA:           Sin prudencia y sin consejo,
dudosa, Leonor, estoy;
y cuando a un discurso voy,
más del discurso me alejo.
Dos veces de ti me quejo,
de parte de nuestro honor
una, y otra de mi amor;
que amar y callar te ofreces,
para ofenderme dos veces
con una culpa, Leonor.
Cuando tú te aconsejaras
conmigo, para querer,
la primera había de ser
que dijera que no amaras.
Mas si a decirme llegaras
que amaste una vez, yo fuera
la primera y la tercera
que echara el manto al amor;
que si aquello fuera honor,
estotro cordura fuera.
LEONOR:            Has nacido sin empeño
en palabras y en acciones,
tan dueño de tus pasiones,
de tus discursos tan dueño
que no vi en ti el más pequeño
afecto a mi pena igual,
para que en desdicha tal
te descubriese la mía;
y hace mal quien su mal fía
a quien no sabe del mal.
¿Quién en libertad se vio
que se duela del cautivo?
¿Quién, estando sano y vivo,
se acuerda del que murió?
¿Quién en la orilla rogó
por el que en el mar fallece?
¿Quién del dolor se entristece
que a otro aflige y desalienta?
Nadie; que nadie hay que sienta
las penas que otro padece.
Yo así, esclava, no te hablé,
porque en libertad te vi;
muerta, no me llegué a ti,
porque con vida te hallé;
desde el mar no te llamé,
porque en la orilla vivías;
doliente en las ansias mías,
no te pedí que sintieras,
porque sé que no supieras
sentir lo que no sentías.
Pero ya que yo no he sido
quien te ha dicho mi cuidado,
y que la ocasión me ha dado
el lance que se ha ofrecido,
sabe que amor he tenido
y sabe que fue don Juan
Colona a quien lugar dan
mis favores en secreto,
por ilustre y por discreto,
por valiente y por galán.
Dos años ha que festeja
mi calle; dos años ha
que asido hasta el alba está
a los hierros de mi reja.
Al ruego, al llanto, a la queja
roca, monte y fiera fui.
Pero ¿quién pudo–¡ay de mí!–
resistirse tiempo tanto
a la queja, al ruego, al llanto
de un hombre que llorar vi?
Vida, hacienda y honra gano
con tal dueño; esto previno
mi esperanza, cuando vino
de la guerra nuestro hermano.
Y viendo que ya es en vano
hablar por la reja, quiero
que entre al jardín.  No el primero
será mi amoroso error
que le enmiende otro mayor;
en él esta noche espero.
Mas pues te ha dicho el papel
a lo que mi amor llegó,
no es bien que te diga yo
lo que ya te ha dicho él.
Ésta es la causa crüel
de mi gran melancolía,
éste el fin de mi alegría;
y pues que tu hermana soy,
y humilde a tus pies estoy,
no estorbes la suerte mía.
LISARDA:           Aunque es verdad que pudiera
ofenderme de tu amor,
estás resuelta, y error
notable el reñirte fuera,
pues sé que con eso hiciera
mayor tu amor y tu fe
de lo que al principio fue;
que aunque de amor no he sabido,
que crece más resistido
amor, como es fuego, sé.
Cuentan que se hallan dos fuentes
cuyos templados cristales,
naciendo juntos e iguales,
son varios y diferentes;
pues contrarias las corrientes,
iris de oro, nieve y plata,
que una montaña desata,
contienen tanto rigor
que la una mata de ardor
y la otra de hielo mata.
Yo, que aborrezco el amor,
yo, que ni estimo ni quiero,
soy la de hielo; pues muero
a manos de mi rigor.
Tú, que adoras su sabor,
y tu mismo daño adquieres,
eres la opuesta; pues mueres
llena de ardor y de fuego.
Juntémonos, porque luego,
si soy hielo y fuego eres,
templaremos de manera
nuestra condición nociva,
que el cargo del amor viva,
y el de la opinión no muera.
Dime, pues, ¿quién es tercera
de tu amor?
LEONOR:                      Nise avisada
está de abrirle a la entrada.
LISARDA:        ¡Oh, qué infeliz a ser vienes,
Leonor, supuesto que tienes
que te calle una crïada!
Mas oye lo que he pensado
para asegurarme a mí
y no embarazarte a ti
la esperanza de tu estado.
En traje disimulado
yo tu crïada he de ser
de noche, porque he de ver
si es tan honesto el empleo
de tu amor y tu deseo
como me das a entender.
Seis cosas así consigo;
ser con nuestro honor leal,
ser contigo liberal,
y ser honrada conmigo;
dar a tu amor un testigo
que temas enamorada,
suspender después la espada
de don Sancho cuando venga
y excusar el fin que tenga
que callar una crïada.
Envía, pues, el papel,

Scroll to Top