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Lindabridis y su castillo volante: el medievalismo y el orientalismo en una comedia novelesca de Calderón
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Dentro ROSICLER, FLORISEO, FAUNO y
CRIADOS
ROSICLER: ¡Talad de este horizonte
la rústica cerviz!
FLORISEO: ¡Al valle!
CRIADO: ¡Al monte!
FLORISEO: ¡A la cumbre!
CRIADO: ¡A lo llano!
FAUNO: Muchos cobardes sois, pero es en vano
temer yo tanto número de gente;
que mil cobardes no hacen un valiente
para lidiar conmigo.
Sale FAUNO, vestido de pieles y con un
bastón grande y nudoso, lo más extraño y
feroz que pueda, y tras él don ROSICLER con espada
desnuda
ROSICLER: Yo solamente, bárbaro, te sigo;
porque tengo tu vida
a mi fama ofrecida,
y he de quitar de este gitano imperio
la esclavitud que todo su hemisferio
padece, a tus rigores enseñado.
FAUNO: ¿Sabes que soy el Fauno endemoniado,
hijo feroz, como mi ser lo avisa,
de un espíritu y de una pitonisa,
compuesto de hombre, de demonio y fiera,
escándalo del mar y de la esfera,
vivo horror de esta lóbrega montaña
y escollo vivo de esa azul campaña?
ROSICLER: Sé que son tus prodigios singulares
peligro de estos montes y estos mares.
FAUNO: Si tanto aliento tienes
que ya lo sabes y a matarme vienes,
atrévete, infelice caballero,
a hacer campo conmigo. Yo te espero
en esta cueva oscura,
donde–partida, no la lumbre pura
del sol, que hermoso alumbra,
sino la oscuridad, sino la sombra
de la noche importuna,
jeroglífico ya de la Fortuna–
harás campo conmigo.
ROSICLER: ¿Qué esperas? Ya te sigo.
FAUNO: Pues ya la infausta boca,
de quien mordaza fue una dura roca,
está abierta, entra, pues. (Así pretendo Aparte
que entren todos tras él, porque, saliendo
yo por la gruta que desotra parte
obró naturaleza sin el arte,
se pierdan todos dentro,
y sea su sepulcro el triste centro
desta bóveda oscura.
Tendrán a un tiempo muerte y sepultura.)
Vase
ROSICLER: Hoy sabrás que no puedo
ver yo el semblante pálido del miedo.
Sale don FLORISEO
FLORISEO: ¿Dónde vas de esa suerte?
ROSICLER: A dar al Fauno en esa cueva muerte.
FLORISEO: Entremos, pues.
ROSICLER: Yo solo le haré guerra.
FLORISEO: Sin mí tú no has de entrar.
Luchan los dos sobre cuál ha de entrar,
suenan dentro cajas, clarines y voces, y los dos, al
oírlo, se suspenden
VOCES: ¡A tierra, a tierra!
ROSICLER: ¿Qué repetidas voces
desacordadas suenan y veloces?
FLORISEO: Tierra dicen, mas es en la montaña,
que a ser la parte que Neptuno baña,
ser bajel era cierto
que aportaba a la paz deste desierto.
ROSICLER: Pues sea lo que fuere,
déjame entrar.
Vuelven a luchar
FLORISEO: Sin mí jamás lo espere
osado tu valor; y más si creo
el gran prodigio que en el aire veo.
Descúbrese el castillo
ROSICLER: ¡Gran maravilla encierra!
¡Santos cielos! ¿Qué es esto?
VOCES: ¡A tierra, a tierra!
ROSICLER: Con más causa me admiro
cuando el horror, que no encareces, miro;
pues la estación vacía,
claraboya dïáfana del día,
es mar que con asombros
sufre un bajel de piedra, y en sus hombros
a errar tan veloz llega
que sobre golfos de átomos navega.
FLORISEO: Un castillo eminente
es la proa del cubo de la frente;
ondas de vidrio corre;
árbol mayor es una excelsa torre,
jarcias son las almenas,
de banderolas y estandartes llenas,
popa una cristalina galería,
hermoso espejo en que se toca el día.
El farol es un sol que en arreboles
duplica rayos, multiplica soles;
y, en fin, todo portento,
es pájaro del mar y pez del viento.
Mas, por dejar la admiración pasmada,
sin plumas vuela, sin escamas nada,
con presunción tan grave
que, atendido mejor, ni es pez ni es ave.
ROSICLER: ¡Oh tú, ciudad movible,
si eres tu dueño tú o inaccesible
el timón te gobierna o el piloto
que halló camino en rumbo tan remoto,
abate, abate el vuelo,
y déte abrigo este gitano suelo,
si ya el mar no te espera,
que tú tendrás el mar por tu ribera!
Pues quien sulca en el viento,
¿quién duda que en el mar tendrá su asiento?
Baja el castillo
FLORISEO: A tus voces parece
que el castillo se humilla o se agradece,
pues, posado en la roca
que a la cueva del Fauno abrió la boca,
le deja sepultado,
seguro el monte ya, y a ti vengado.
Asiéntase en tierra el castillo y abren la
puerta