La Historia de Nuestro Señor Jesucristo, escrita por el sabio canónigo M. Darras, es acaso la más importante de cuantas se han publicado en el presente siglo, satisfaciendo una de las necesidades más imperiosas de nuestra época.
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Después de los estudios y esfuerzos hechos, para desnaturalizar y falsificar completamente la vida de Nuestro Señor Jesucristo, por las funestas escuelas naturalista y mítica de los Paulus y de los Strauss, y por la no menos fatal escuela crítica de Tubinga y sus sectarios Baur, Reus, Reville, Scherer, d’Eichthal y tantos otros corifeos de las nuevas doctrinas, y especialmente, después de la última manifestación del racionalismo, efectuada por M. Renan en su libro que lleva por título: Vida de Jesús, era absolutamente necesario escribir una obra en que se consignara y expusiera clara y completamente los hechos evangélicos que constituyen la verdadera Historia de nuestro divino Redentor, bajo el aspecto crítico, apologético y filosófico, conciliando los textos con la exégesis, y desarrollando y exponiendo el dogma y la moral cristianas en todo su esplendor y pureza, y en sus aplicaciones a la esfera social y política, al paso que se refutara y destruyese radicalmente en esta obra, cuantos errores, objeciones, sofismas y calumnias han opuesto en contrario los nuevos incrédulos.
Gran parte de escritores católicos han tratado de atender a este objeto en los últimos años, y especialmente desde la publicación de la nueva obra de M. Renan, saliendo, con sus luminosos escritos, al encuentro de aquellas funestas doctrinas. Unos, como el abate Freppel, Augusto Nicolás, monseñor Plantier y el padre Delaporte juzgaron más breve y expedito limitarse a escribir refutaciones más o menos extensas de las doctrinas de, M. Renan. Otros, como M. Walon [II] y M. Parisis, creyeron más conveniente restablecer, según los Evangelios, los hechos de la vida de Nuestro Señor Jesucristo alterados por el nuevo sofista. Mas no permitiendo, tal vez, a estos escritores su ardiente ansiedad por ofrecer al público el oportuno correctivo lo más pronto posible, tomarse todo el tiempo necesario para adquirir, examinar y meditar con toda detención y sosiego los datos y documentos que requería una obra profunda y completa de historia y de polémica a un tiempo mismo sobre tan importante asunto, y proponiéndose particularmente rebatir los errores que contenía la de M. Renan, hubo de notarse en sus escritos algunos vacíos y omisiones de importancia y aun faltas de erudición y de datos notables.
La presente Historia del abate Darras carece de estos defectos, al paso que llena cumplidamente los dos fines que llevamos referidos. Y en verdad, consagrado su ilustre autor por espacio de largos años a escribir su grande Historia general de la Iglesia, de que forma parte la presente, había reunido, por medio de exquisitas investigaciones, la multitud de datos y documentos necesarios para una obra de tan grande aliento; había estudiado, con toda tranquilidad y tiempo, los expositores de los libros sagrados y las obras de las más célebres filósofos del mundo católico; interrogado los monumentos antiguos descubiertos últimamente por la ciencia que atestiguan a maravilla la veracidad histórica de los textos evangélicos, y examinando las objeciones de la incredulidad moderna para rebatirlas y pulverizarlas completamente.
Tales eran las felices disposiciones y las ventajosas circunstancias en que se hallaba M. Darras al aparecer la nueva obra de M. Renan sobre la Vida de Jesús. Aprovechando, pues, nuestro ilustre escritor los grandes elementos científicos que ya poseía, y redoblando nuevamente sus estudios y esfuerzos, le ha sido posible escribir una Historia de Nuestro Señor Jesucristo, notabilísima por más de un concepto. Suma exactitud en la exposición y concordancia de los cuatro Evangelios; gran saber y acierto en la explicación del significado y trascendencia de los hechos a que se refiere; profundas y eruditas investigaciones filológicas de las raíces hebreas y griegas y de las variantes de sus versiones a las lenguas orientales o a la Vulgata latina, para inducir aclaraciones y explicaciones [III] luminosísimas de pasajes y textos de grande importancia; sumo conocimiento de los sucesos históricos y de las instituciones y costumbres contemporáneas; un intenso estudio de la patrología griega y latina, no menos que de la literatura rabínica; solidez y fuerza de lógica y de raciocinio y suma energía en la poderosa dialéctica de que se vale para rebatir los argumentos de los nuevos racionalistas; grande elevación de miras y un estilo nervioso al par que elegante: tales son las principales y sobresalientes dotes que dominan en toda esta obra.
El mundo católico ha acogido, pues, con general entusiasmo tan notable trabajo, no habiendo vacilado en tributarle los mayores elogios aun los mismos escritores que han dado a luz obras análogas. Así, M. Veuillot ha reconocido en la última edición de su Vida de Jesucristo, «hallarse en la bella y completa historia de Nuestro Señor Jesucristo, que M. Darras publica en este momento, excelentes respuestas a todas las objeciones antiguas renovadas en el día» y el señor obispo de Quimper ha demostrado su entusiasmo por esta historia en una carta dirigida a su editor francés, que va impresa a continuación de esta advertencia.
Habiéndose publicado en la Europa sabia simultáneamente a esta obra, estudios y trabajos parciales importantísimos sobre los hechos que constituyen la Historia de Nuestro Señor Jesucristo y contra las doctrinas de los nuevos incrédulos, hubiéramos creído incurrir en una negligencia culpable, sino hubiésemos enriquecido la obra de M. Darras, por medio de notas e ilustraciones, con los preciosos tesoros de erudición y ciencia que aquellos nos ofrecían, y en especial los notabilísimos de Riggenbach y Luthard, publicados en Alemania, de Ghiringhello y de Cavedoni, dados a luz en Italia, y del padre Gratry, M. Wallon y el padre Félix, y tantos otros insignes escritores católicos de la vecina Francia.
Finalmente, en cuanto a la traducción de los textos sagrados, teniendo en cuenta el gran respeto que les son debidos, hemos adoptado, concordándolas, las sabias versiones, autorizadas por la potestad eclesiástica, de los padres Scio, Amat y Petit. [V]