El cuarteto de Alejandría II, Mountolive – Lawrence Durrell

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MountoliveEl cuarteto de Alejandría (The Alexandria Quartet) es una tetralogía de novelas del escritor Lawrence Durrell, que se publicaron desde 1957 hasta 1960. Presentan cuatro perspectivas diferentes de un mismo conjunto de personajes y acontecimientos que tienen lugar en Alejandría, Egipto, antes y durante la II Guerra Mundial. En 1958, publicó «Mountolive», la tercera novela de la tetralogía.

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I

Como joven que prometía mucho más de lo común, lo habían enviado a Egipto por un año, a fin de mejorar su dominio del idioma árabe; y se encontró agregado a la Alta Comisión como una especie de escriba, esperando su primer puesto diplomático; y ya se comportaba como un joven secretario de legación, con plena conciencia de las responsabilidades del futuro cargo. Pero hoy le resultaba un poco más difícil que de costumbre mantenerse serio; tan emocionante se había hecho la partida de pesca.

A decir verdad, tenía olvidados casi por entero sus pantalones de tenis, otrora tirantes de bien planchados, y su chaqueta de colegio; ni reparaba en que el agua del pantoque, subiendo por entre las tablas del piso, manchaba la punta de sus zapatillas blancas con un casquete negro. En Egipto uno se olvidaba continuamente de sí mismo. Bendijo la carta casual de presentación que le llevó a los campos de los Hosnani, a la amplia casona, construida sobre una red de lagos y taludes de Alejandría. Sí.

El «punt» que lo conducía ahora, a lentos empujones por el agua turbia, se volvía lentamente hacia el este, para tomar posición en el gran semicírculo de botes que se cerraba gradualmente sobre una zona objetivo delimitada por las oscuras espinas de cañas de las cuencas donde se congregaban los peces. Y mientras se acercaban, golpe por golpe, cayó la noche egipcia… súbita reducción de todos los objetos a bajorrelieves sobre un biombo de oro y vio¡cta. La tierra se había puesto densa como un tapiz en el reflejo crepuscular, color lila, temblando aquí y allí, con espejismos de agua producidos por la humedad que subía, expandiendo y contrayendo horizontes, hasta que el mundo le parecía a uno reflejado en una trémula pompa de jabón, próxima a desaparecer. También las voces, del otro lado del agua, sonaban ora altas, ora tiernas y claras. Su propia tos volaba al otro lado del lago en súbitos aletazos. Oscurecía, pero hacía calor aún; la camisa se le pegaba a la espalda. Las lanzas de oscuridad que llegaban hasta ellos sólo diseñaban la forma de las islas bordeadas de cañaverales, que puntuaban el agua como grandes acericos, como zarpas, como cojines. Lentamente, al ritmo de» la plegaria o la meditación, el gran arco de botes se estaba formando y cerrando, pero como la tierra y el agua se licuaban en ese ritmo, se tenía una y otra vez la ilusión de que viajaban a través del cielo, más bien que de las aguas aluviales del Mareotis. Y más allá de la vista, podía oír el chapaleo de los gansos y, en un rincón, el agua y el cielo se separaban bruscamente al alzarse una bandada de ellos, arrastrando sus membranosos pies a través del estuario, como hidroaviones, chillando roncamente. Mountolive suspiró y miró, hacia abajo, el agua parda, con el mentón en las manos. No estaba acostumbrado a sentirse tan contento. La juventud es la edad de las desesperaciones.

Detrás de sí oía al hermano menor, Naruz, el de labio leporino, refunfuñando a cada empujón de la pértiga, cuando la sacudida de la barca repercutía en sus riñones. El lodo, espeso como jalea, goteaba cayendo de nuevo en el agua, con un lento «flob flob», y el palo lo succionaba con fruición. Era muy hermoso, pero con un olor repugnante, aunque, para sorpresa suya, vio que casi le gustaban los olores a podrido del estuario. Rachas de viento, desde el lejano horizonte del mar, subían como marea en torno a ellos, de tiempo en tiempo, refrescando la mente. Coros de mosquitos zumbaban como una lluvia de plata en el ojo del sol muriente. La telaraña de luz cambiante puso fuego a su espíritu.

 

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