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Marco Denevi nos cuenta, en la breve nota que encabeza el libro, que escribió estos relatos para su propia diversión, y que más tarde -en 1936- se publicaron por insistencia de su editor. Nos encontramos, pues, ante una escritura lúdica, ante un juego, un entretenimiento ficcional. Además, en esa nota introductoria el escritor argentino nos informa de que “estas historias, salvo las menos felices, no han sido imaginadas por mí”, ya que “sólo les he dado una vuelta de tuerca, les he añadido un estrambote irreverente, alguna salsa un poco picante”. Con esta afirmación, entramos de lleno en el amplio terreno de la intertextualidad.
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Estaba tan bien provisto por la naturaleza que lo apodaron El Toro. Su fama llegó hasta los oídos de la reina Pasifae, quien lo mandó llamar. Vestida con una ajorca de rubíes en cada tobillo, lo recibió en la cámara matrimonial del palacio. Al verlo desnudo gritó aterrada: «No me toques, monstruo. Con semejante espada me matarás».
Indiferente a sus súplicas, él la poseyó. En medio del feroz combate amoroso Pasifae gemía con voz débil : «Sigue, sigue, asesino, no te detengas, que total ya estoy muerta».
Mala cabeza
La vestal Delia debió ser decapitada porque, en un descuido, había confesado: «Yo, los pensamientos impuros los tengo aquí,», y se señaló la frente, «pero el resto de mi cuerpo es casto».
5
Sátiros caseros
Enterada, por los frescos pompeyanos, de que los sátiros poseían un miembro viril bífido, con el que satisfacían a las ninfas por ambos conductos a la vez, Circe les contaba a sus amigas: «No lo creerán, pero anoche me acosté con un sátiro».
Una de las amigas sonrió:
«Te creo, querida. Vi cuando los dos entraban en tu casa».