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Septima novela de la serie de libros dedicado al informante romano Marco Didio Falco, ambientados en la época del emperador Vespasiano.
Una antigua tradición permitía que los ciudadanos romanos condenados a muerte dispusieran de un plazo para escapar. En esta ocasión, el investigador Marco Didio Falco acompaña a uno de los beneficiarios de esta prerrogativa para asegurarse de que, efectivamente, el reo sube al barco que le llevará al exilio. Pero apenas unas horas después, se produce un espectacular robo en el prinicipal mercado de la ciudad, y el emperador Vespasiano se siente amenazado por un complot contra su persona. Un complicado asunto para Falco, que se encuentra de nuevo incorporado al servicio del emperador.
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I
— ¡Todavía no puedo creer que me haya librado de ese cerdo de una vez por todas! —murmuróPetronio.
—Aún no está en el barco —le corrigió Fúsculo. El optimista del grupo, evidentemente.
Éramos cinco los que esperábamos junto a un embarcadero. Finales de octubre. Una hora antes del alba. Una brisa vigorizante helaba nuestros rostros tensos mientras nos acurrucábamos bajo las capas. El día empezaba a prepararse para la acción en algún lugar del otro lado de Italia, pero allí, en el nuevo Portus de Roma, aún reinaba una completa oscuridad. Desde nuestra posición divisábamos el enorme reclamo del faro que se alzaba orgullosamente a lo lejos y distinguíamos por unos instantes las empequeñecidas figuras humanas que atendían el fuego. De vez en cuando, las pálidas cortinas de llamas iluminaban la estatua de Neptuno que presidía la bocana. El torso iluminado del dios del mar destacaba extrañamente en aquel lugar. Sólo el olor a soga vieja y endurecida y a escamas de pescado putrefactas nos recordaba que estábamos en el gran recinto portuario.
Éramos cinco ciudadanos honrados y respetables que habían pasado toda la noche esperando a un sexto. Éste no había sido honrado jamás aunque, como la mayoría de los delincuentes, no tenía ninguna dificultad en hacerse pasar por una persona respetable. La sociedad romana siempre se había dejado deslumbrar con facilidad por los aventureros más atrevidos, pero esta vez, gracias a Petronio Longo, el hombre y sus delitos habían sido denunciadospúblicamente.
Llevábamos demasiado rato esperando. Aunque nadie lo comentaba, empezábamos a temer que el muy cabrón no se presentaría. El muy cabrón se llamaba Balbino.
Había oído pronunciar su nombre desde que tenía memoria. Desde luego, estaba en boca de todos cuando Petronio y yo habíamos vuelto a casa tras licenciarnos del Ejército, hacía de eso siete años. En esa época, mi antiguo compañero de tienda, que era un tipo cumplidor y concienzudo y soñaba con un buen sueldo, había encontrado un puesto de funcionario. Por lo que a mí respecta, me establecí por mi cuenta. Petronio perseguía ladrones de coles en los mercados, mientras yo me ocupaba de reunir pruebas para demandas de divorcio o de seguir el rastro de objetos de arte robados. Debido a ello, mi amigo y yo vivíamos en mundos distintos, pero tropezábamos con las mismas tragedias y oíamos las mismas historias preocupantes en lascalles.
En todo nuestro barrio, Balbino tenía fama de ser uno de los mandamases de los bajos fondos más sucio que había dado lustre a la Roma imperial en toda su historia. La zona que tenía aterrorizada incluía burdeles, almacenes en los muelles, las callejas de la ladera del Aventino y las sombrías columnatas en torno al Circo Máximo. Balbino mandaba sobre descuideros y timadores, sobre prostitutas y rateros, sobre ladrones de gatos y sobre bandas de mendigos callejeros y de falsos ciegos que veían enseguida cuándo se acercaba un problema. También tenía un par de locales de seguridad, disimulados bajo la pantalla de honrados comercios. Petronio decía que el flujo de mercancías robadas hacia esos centros de receptación rivalizaba con el comercio internacional en elEmporio.
Petro llevaba años intentando atrapar a Balbino. Esta vez, de algún modo, había conseguido acusarlo de un delito mayor… y había logrado un fallo condenatorio a pesar de todos los esfuerzos de Balbino para evitarlo por vías democráticas (intimidaciones y sobornos).Miamigotodavíateníaquecontarmelosdetalles.ApenasllegadoaRoma