Cianuro… ¿Solo o con leche?

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La acción de esta comedia transcurre en Badajoz (Extremadura), provincia española, situada al oeste de España, entre los 37 grados, 56 minutos y 39 grados, 27 segundos de latitud Norte del meridiano de Madrid. A pesar de esto, los árabes llamaban cariñosamente a Badajoz BALEDAIX.
Es la noche de Todos los Santos, víspera de los Difuntos.

 

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El decorado durante toda la función es la habitación cuarto de estar de una casa perteneciente a la clase media de provincia, más fea y triste que lo normal. Tres puertas practicables y un balcón, también practicable.

(Al levantarse el telón son las once y pico de una noche crudísima de Badajoz. Se avecina una gran tormenta. Hace frío. Sentada, en un sillón de ruedas está DOÑA ADELA. LAURA habla por teléfono, y sentadas alrededor de una mesa-camilla están DOÑA VENERANDA y DOÑA SOCORRO. En una silla, un poco más retirado, se encuentra MARCIAL, que viste exactamente igual que lo hubiera hecho Sherlock Holmes si hubiese pasado alguna noche en Badajoz. Como música de fondo se oirá, con breves intervalos, los quejidos lastimeros que vienen de la habitación del foro. Son del abuelo, que está agonizando.)
LAURA. (Hablando por teléfono.)—…Espera, voy a tomar nota… (Toma un papel y un lápiz.) Tómese agua de ésa que sale por el grifo y déjese hervir… Sí, unos segundos… Luego se echan los granos negros… ¡Ah!… Después de molerlos, comprendo…, y se tapa con un objeto plano. Después hay que esperar ocho minutos… Perfecto… Creo que sabré… A continuación, se cuela con un objeto que sirve para colar… y se vierte el líquido negro en un recipiente bien limpio… Perfectamente… Ya… ¿Cómo?… ¡Qué maravilla! (Tapando el auricular.) ¡Madre! ¡Madre!
ADELA.—Dime, hija, dime.
LAURA.—¡También se puede migar pan!… ¿No es alucinante?
ADELA.—Esto del café es un invento del demonio.
LAURA. (Sigue hablando por teléfono.)—Ya está perfectamente claro… Muchas gracias… Igual… Sigue lo mismo… Adiós, Amelia. (Cuelga.) ¡Al fin, madre! Por fin me he enterado cómo se hace el café. VENERANDA.—¿El café solo o con leche?
ADELA.—¡Por Dios, doña Veneranda, no sea tan vehemente!… El café solo, que es el más sencillo de aprender. Cuando Laura practique, estoy segura que cualquier día hará un "cortao", si se lo propone.
SOCORRO.—Es que su hija tiene una mano para la cocina, única.
LAURA. —¡Madre, estoy decidida!… Esta noche no fallaremos.
ADELA.—Esperémoslo, hija. Que esto no es vida.
SOCORRO.—¡Qué! ¿Algo para don Gregorio?
ADELA.—Sí, doña Socorro… Un medicamento muy bueno… Justo lo que necesita él… y nosotras.
LAURA.—El mes  que viene cumple  noventa y dos años… ¿No les parece que ya es mucho cumplir?
VENERANDA.—¡Cómo!… Es casi casi, una grosería. ¡Hombre tenía que ser!
SOCORRO.—¿Y qué le van a dar? Algún remedio alemán…, ¿verdad?… Háganme caso; los alemanes, se dan unas mañas para las medicinas… O, si no, que lo diga aquí, Veneranda.
VENERANDA.—Ya lo creo. Y para las radios y la mecánica, no digamos. Además, como son tan rubios y tan altos…
ADELA.—¿Ustedes han oído hablar del cianuro?
VENERANDA.—No, doña Adela. Viajamos tan poco… De medicamentos y porquerías por el estilo, lo que mejor nos va es el termómetro. ¿Verdad, Socorro?
SOCORRO.—Es cierto; pero lo tuvimos que dejar, porque nos hacía llagas.
VENERANDA.—A mí me sentaba muy bien.
ADELA.—¿El termómetro?
SOCORRO.—Como se lo decimos. Lo usábamos de reconstituyente. ¡Me abría un apetito!… Y, en verano, ¡es tan fresquito!…
SOCORRO.—Lo malo es que me bajaba un poco la tensión. Esto no quiere decir nada. A lo mejor, el cianuro no baja la tensión.
LAURA.—Es un remedio infalible. Como la lejía, pero en polvo. Y rapidísimo. Un alarde de la técnica.
VENERANDA. (Se ríe.)—¿Has oído, Socorro?…  ¡Qué disparate!… Como la lejía…
SOCORRO.—Ya, ya… ¿Y quién es la que va a tener el hijo?
VENERANDA.—Pero…, ¿qué has entendido, mujer?… ¡Qué costumbre…!
SOCORRO.—Es  que no he oído bien.
VENERANDA.—Discúlpela. Es la cuarta visita que llevamos hoy, y la pobre se hace un lío. Ya saben su costumbre: cuando no entiende alguna conversación, lo relaciona con el sexto Mandamiento. Suele acertar casi siempre.
ADELA.—Me hago cargo… Pero es muy desagradable… Compréndalo… El abuelo cerca de tres meses agonizando… y…, y…
(Llora.)
VENERANDA.—Vamos, vamos, doña Adela…
SOCORRO.—No se preocupe, mujer… Mañana son los Santos Difuntos. No hay que perder la esperanza.
VENERANDA.—Claro…, a lo mejor…, ¿Quién sabe?
ADELA.—Lo dicen para consolarme… Pero yo sé que le queda cuerda para rato.
LAURA.—Son ustedes demasiado optimistas. Eso pensábamos hace una semana… pero pasa el tiempo… y todo sigue igual… Escuchen, escuchen… ¿No es desesperante?
(Todos callan, y se oye al abuelo agonizar.)
SOCORRO.—Lo hace muy entonadito ya, el pobre.
VENERANDA.—¡Qué ruido arma! Con este jaleo, no les dejará oír la radio.
LAURA.—Señora, en esta casa nunca tuvimos radio.
ADELA.—Se empieza por una radio de galena y se acaba yéndose una tarde al cine. La vida no es sólo diversión, como algunos creen… (MARCIAL, que está dormido en la silla, empieza a roncar.) Compréndalo… (MARCIAL sigue roncando cada vez más fuerte.) ¡Sufrimos tanto!… ¡Estamos extenuadas… Día y noche (Sigue roncando MARCIAL.)…, día y noche… cuidándole, como hermanas de la Caridad… (DOÑA ADELA coge el silbato, que lleva colgado del cuello, y da un pitido bastante fuerte. Inmediatamente MARCIAL deja de roncar. Luego deja colgar el silbato, como si nada hubiese ocurrido.) Nunca pensé que el abuelo tuviera esta salud… La gente, al llegar a ciertas edades, se muere…  ¿No?….
VENERANDA.—Por lo menos, eso pasaba en nuestros tiempos, que éramos más decentes.
LAURA.—Pero de esta noche no pasa.
(Se oye un trueno tremendo. Hay pausa. Todas suspiran y no saben qué decir.)
SOCORRO.—Es que usted, doña Adela, es una santa… ¡Una santa!
VENERANDA.—Desde luego…  Y, hablando  de  santas,  aquí, Laura, dan ganas de rezarla un Padrenuestro.
SOCORRO.—Es que hay que ver. Tanto tiempo llamando Dios a don Gregorio, y usted, doña Adela, tan entera… Esa es la palabra: tan  "entera".
ADELA.—Entera…, lo que se dice entera…  Si no hubiera tenido la caída… Ya saben…, las piernas…  ¡Claro que, voluntad, eso sí…. no falta nunca!  ¡Se sufre tanto en esta vida!… O, si no, que lo diga mi hija. Laura, hija…, ¿se sufre en esta vida, o no?
LAURA.—¿Por qué se dirige usted a mí?… ¿Porque no soy agraciada, no he tenido nunca novio y he nacido en Extremadura?…
VENERANDA.—Lo mismo que Pizarro.
LAURA.—Pero era un hombre. Yo, en cambio… Claro que llegará mi hora. Toda mi vida hecha una ruina, una esclava… Primero, mi padre…
ADELA.—No nombres a tu padre, Laura, que hay visita.
LAURA.—Luego tú, madre…, que eres la peor… Después, el abuelo…, y esta maldita casa.
SOCORRO.—¿No te gusta la casa?… Pues parece alegre y cobija.
LAURA.—Eso es lo malo…, que es alegre…, es demasiado alegre. Y aquí no debería existir nada que nos recordara que somos seres humanos… Pero todo esto acabará.
ADELA.—¡Qué carácter tienes, hija!… A veces me  pregunto si has tenido alguna vez dieciocho años.
SOCORRO.—¿Dieciocho, doña Adela?… ¿Es posible? ¿Y todos viven?
LAURA.—¡Ya me está usted hartando con sus idioteces, doña Socorro! ¡Si no sabe ir de visita, no salga de su casa! Es lo menos que se le puede pedir.
VENERANDA. (Riéndose.)—Perdónela…, es una niña…, no tiene malicia.
LAURA.—¡Chist! ¡Prohibido!… En esta casa está prohibido reírse. Esto no es ningún circo. Si quieren reírse, jugar a los prohibidos o fumar grifa… ¡A la calle!… O donde se lo consientan…
(MARCIAL empieza a roncar.)
ADELA.—Hija, por favor, no te alteres.
LAURA.—Déjeme, madre. Si no cortamos las risas y las diversiones a tiempo, esta casa se convertiría en una sala de fiestas o algo por el estilo. (MARCIAL sigue roncando.) Y bastante podrido está ya todo para… (DOÑA ADELA hace funcionar otra vez su silbato varias veces. Muy despacio, MARCIAL se pone de pie y se estira.) Ya está bien…, ¿no? Has tomado esta casa por un salón de conferencias: en cuanto oyes hablar, te duermes.
VENERANDA.—¡Qué buen mozo es!… ¿Has dormido bien, hijo? Anda, da un beso a tu madre. (Se acerca y le da un beso.) La pipa, hijo, la pipa en los dientes. (MARCIAL saca una pipa del bolsillo y se la pone en la boca.) Así… Muy bien, Marcial. Anda, enseña a doña Adela la lupa que te has comprado. (MARCIAL mueve la cabeza.) ¿Por qué no quieres?
SOCORRO.—Le da vergüenza.
 

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