La consolidación de la filosofía

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Es decir, Anitius Manlius Torquatus Severinus Boethius, nació el año 480 (o poco después) del linaje de los Anicii, durante el reinado de Odoacro, caudillo germánico que había puesto fin al Imperio romano de occidente destronando a Rómulo Augústulo.

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Desde muy joven estudió en Atenas las doctrinas de Platón, Aristóteles y los estoicos. Movido por la fama de su sabiduría, le nombró consejero (y probablemente cónsul), en 510, el emperador ostrogodo Teodorico, que en el año 490 se había proclamado rey, tras derrotar a Odoacro. Pero el año 524, por causas no bien conocidas, lo procesó y martirizó el mismo emperador. Murió Boecio el año 524 ó 525 en la prisión de Pavía (Ticinium).


Boecio quiso traducir al latín toda la obra de Platón y Aristóteles y demostrar que sus filosofías pueden conciliarse, como creían la mayoría de los neoplatónicos, pero de este proyecto sólo nos quedan diversas traducciones de Aristóteles y varios comentarios. De las primeras, v. gr.: la traducción de las Categorías (y la Isagoge o introducción de Porfirio a esta obra), del tratado De la Interpretación, de los Tópicos y los dos Analíticos; acaso haya hecho también la traducción de otras obras del Estagirita.
De entre los comentarios figuran los dos de la Isagoge, dos del libro De la Interpretación y los de las Categorías, los Tópicos, los Analíticos y los Razonamientos sofísticos. También comentó los Tópicos de Cicerón.


Boecio es, asimismo, autor de varias obras originales sobre lógica, matemáticas y música, y de varios opúsculos teológicos de contenido cristiano cuya autenticidad había sido puesta en duda, aunque parece establecida definitivamente desde los estudios de Krieg   y, sobre todo, de Usener  , que publica por primera vez un escrito de su contemporáneo y discípulo Casiodoro, donde asigna, efectivamente, estas obras a Boecio.


La autoridad de Boecio durante la alta Edad Media fue inmensa, y sólo puede compararse a la que ejercieron Aristóteles y San Agustín, pues es casi el único transmisor de la filosofía peripatética hasta fines del siglo XII, de la que sólo se conocía la lógica, la metodología y un resumen de la ontología. Él fue quien suscitó la cuestión de los universales, que llena todo aquel período, y quien enseñó a los filósofos medievales los géneros filosóficos de la interpretación y el comentario que llegaron a ser característicos.

 

Y en su libro De consolatione philosophiæ ofreció a la conciencia cristiana un sistema racional de teodicea que no contradecía al dogma; por eso llegó a ser uno de los libros más leídos, comentados e imitados de toda la historia de la filosofía, mereciendo su autor el dictado de “noster sumus philosophus”. Hoy podemos ver en Boecio al primer escolástico, pero también al último romano .


Sus obras completas se editaron por primera vez en Venecia (1492) y posteriormente en Basilea (1546 y 1570); en los tomos 63 y 64 de la Patrología latina de Migne y en el volumen 48 del Corpus scriptorum ecclesiasticorum Latinorum. El De consolatione se imprimió por primera vez en Nuremberg (1473).

2. EL LENGUAJE EN “LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA”

Está transido de lirismo y no desprovisto de ciertos matices irónicos. Por la alternancia de la prosa y el verso en que está presentada la obra, puede incluirse en el género de la sátira menipea, es decir, de la sátira iniciada en el  siglo III (a. de J. C.) por Menipo, de Gadara.


En La consolación de la filosofía podemos rastrear la huella de los grandes literatos de la antigüedad; sobre todo, de Platón, Séneca, Virgilio, Horacio y Cicerón:
a) Platón. Así como éste excluye de la ciudad a los poetas porque sus lecciones son poco morales y sus melodías acaban por afeminar los ánimos, así Boecio hace que la filosofía expulse de su lado a las musas profanas, que sólo podrían agravar su aflicción con dulces venenos (L. 1, prosa 1).

 

Recoge su doctrina de la gobernación del Estado, que ha de pasar a manos de los filósofos (íd., prosa 44). Toma de él el retrato del tirano como el ser más desgraciado del mundo (L. IV, metro 2). En la prosa 2 del Libro II adopta la forma del Critón. Como Platón, dice que sólo la inteligencia del filósofo tiene alas (L. IV, metro 1). Como aquél en el Gorgias, dice Boecio que sólo los sabios pueden hacer lo que quieren; los necios podrán dar curso a sus caprichos, pero no satisfacer sus deseos, etc., etc.


b) Séneca. Del Octavio toma la imagen de su dolor (L. 1, metro 1), así como la descripción de una paz primitiva entre los hombres: “…Humanum genus— Non bella norat, non tubae fremitus tru ces.” (L. II, metro 59). Como él, habla Boecio del ciclo de las cosas, que vuelve sobre sí mismo (L. III, metro 2): “orbem rerum in se remeantium.” En el L. III, metro 12, toma de Séneca la imagen del Hércules furioso. Refleja otras veces las imágenes y conceptos del De vita beata (L. 1, metro 4).

 

En el metro 5 del Libro I nótase la influencia del Hipólito, y en la prosa 6 del Libro II alude a la independencia del alma de que habla Séneca en De beneficiis (III, XX): “me ni quidem sui juris”. También puede advertirse el estilo de Séneca en el metro 1 del L. II; y en la prosa 4 del mismo libro, en fin, la acumulación de ejemplos es típica del filósofo cordobés.


c) Virgilio. La influencia de la Eneida puede apreciarse en el L. 1, metro 3, y en el L. IV, prosa 4, al referirse a la vida de las almas después de la muerte del cuerpo. De las Geórgicas toma, en el metro 4 del L. 1, la expresión de sus primeros versos; el ejemplo de la mosca cantárida (L. II, prosa 6); la exclamación virgiliana “Felix qui potuit rerum cognoscere causas” (Geor. II, 490) transformada en el “Felix, qui potuit boni— Fontem visere lucidum,— Felix, qui potuit gravis— Terrae solvere vincula.” (L. III, metro 12). De las Bucólicas se acuerda Boecio en el metro 5 del L. II, al recordar la navegación.

 

d) Horacio. En la idea de que el justo permanecerá impasible ante todo lo que pueda advenirle (L. 1, metro 4). El “Non possidentem multa vocaveris recte beatum” (Odas, IV, IX, 45) se recoge en el L. II, prosa 5. En el L. II, prosa 7, al decir Boecio que muchos hombres ilustres yacen en el olvido a falta de escritores que se hayan ocupado en transmitirnos su memoria, nos acordamos también de Horacio cuando habla de los héroes que vivieron antes de Agamenón, cuyo recuerdo está sumido en la noche profunda: “carent quia vate sacro”, porque les falta el poeta divino que cantara sus hazañas. La influencia de Horacio puede apreciarse también en diversos pasajes del L. II (metros 4 y 5) y del L. V (prosa 3).

 

e) Cicerón. Sobre todo por el “Sueño de Escipión”, cuya influencia se advierte a través de toda la prosa 7 del L.11, y en el metro l del L. IV. El De oficiis por el recuerdo de los suplicios de Régulo (L. II, prosa 6). Por las Tusculanas, al hablar del tamaño comparativo de la Tierra y del Cielo; por el De divinatione en la prosa 4 del L. V. Y, en fin, de Cicerón se acuerda Boecio cuando se refiere al exilio (L. 1, prosa 5).


f) Ovidio. Con las Tristes (L. 1, metro 1 y L. IV, metro 3); con los Fastos en el lugar común que Boecio recoge en el metro 2 del L. II. Con las Metamorfosis en el metro 5 del L. II y en el metro 3 del L. IV.

 

g) Homero. En diversas expresiones e ideas de la Ilíada, que aparecen más o menos claramente en los Libros 1 (prosa 4), II (prosa 2 con el ejemplo de los toneles), IV (prosa 6) y V (prosa 2).


h) Plutarco. En la prosa 2 del libro II (“…ius est man nunc strato aequore blandiri, nunc procellis ac fluctibus inhorrescere”) y en la prosa 7 del mismo libro al re producir la anécdota del sabio y su silencio.


i) Juvenal. En el L. II, prosa 5 y en el L. III, metro 6. Además, se pueden advertir algunas huellas de Eurípides, Tibulo, Claudiano y Catulo.

3. ELEMENTOS FILOSÓFICOS

Su variedad se apreciará en la lectura del texto, al que he añadido algunas notas, por vía de ejemplo, donde procuro hacer una referencia muy abreviada a la relación que guardan las doctrinas de Boecio con las asimiladas por él de la tradición clásica.
En líneas generales puede decirse que La consolación es el espejo de las múltiples lecturas de su autor y refleja un sincretismo elaborado a base de Platón y los neoplatónicos, de una parte, y los estoicos de otra (en menor grado de Aristóteles y San Agustín), pero ordenado con vistas a una teología racional. Esta multiplicidad de elementos ha inducido a algunos  a suponer que esta obra es una enciclopedia, pero otros  han subrayado acertadamente el carácter original y unitario de la metafísica que implica…


Es de advertir que en esta obra no aparece ningún elemento que pueda reconocerse inmediatamente como cristiano, y el hecho es tanto más extraño cuanto habría que esperar que Boecio recurriese finalmente a la revelación para hacer descansar en la vida sobrenatural el consuelo definitivo de toda aflicción. De este hecho se han dado varias explicaciones: la más radical fue negar el cristianismo de Boecio y, por lo tanto, la autenticidad de sus opúsculos teológicos , pero ya hemos dicho que son auténticos. La segunda explicación fue propuesta ya por Pierre Berti en el siglo XVII: según él, el libro de Boecio estaría incompleto, le faltaría un sexto libro sobre la vida eterna y los medios de alcanzarla. Tampoco ésta nos satisface, pues el libro de Boecio constituye un todo completo dentro de la teología de base estrictamente racional. Por lo tanto, parece lo más acertado admitir que Boecio llegó a concebir claramente la distinción que hay entre la razón y la fe y sus mutuas relaciones, que para él se formulan en la divisa “credo ut intelligam” .


La influencia platónica, preponderante en toda la obra, se ejerce a través de La República (L I, prosas 1 y 4; L. IV, metro 2 y prosa 4), el Teeteto (L. I, prosa 4), el Critón (L. II, prosa 2), El Sofista (L. III, prosa 12), El Banquete (I, II, metro 8), el Fedro (L. IV, metro 1), el Gorgias (L. IV, prosa 2), pero sobre todo a través del Timeo (en parte a través del comentario de Proclo), cuyas resonancias se escuchan insistentemente a través de la exposición boeciana.

 

Es continua la influencia del pensamiento platónico en la acentuación del carácter inefable del ser divino y su absoluta bondad, de la tendencia de todas las cosas hacia Dios, del valor inmenso del alma y su inmortalidad, de la distinción del conocimiento racional y las apariencias, de la necesidad de Dios para explicar el mundo y su orden admirable, del alma del cosmos, de la reminiscencia de las ideas, etc. En su doctrina de la presciencia divina y la libertad de la voluntad humana, recoge la influencia de Jámblico y Proclo, pero no acepta la teología panteísta y emanatista de Plotino, sino que subraya su posición teísta y de él no toma apenas ningún elemento.


Del estoicismo toma la idea de la veleidosa fortuna y del valor engañoso de los bienes que ella procura. El único bien seguro es el señorío del alma sobre sí misma y sus virtudes. Estoica es también la fuerte acentuación del orden inexcusable del acontecer mundano y del hado, por cuya contemplación nos elevamos a Dios. Pero tampoco acepta Boecio íntegramente la filosofía del Pórtico, como no aceptó la neoplatónica: rechaza, por ejemplo, la sensualista teoría del conocimiento de los estoicos y admite, en cambio, la teoría de la reminiscencia platónica en una forma que es similar a la teoría agustiniana de las “incommutabilia vera”. Boecio, en suma, excluye todo lo que pueda oponerse a su espiritualismo teísta.


Aristóteles influyó en esta obra probablemente a través del Protréptico, que Boecio conocería por una fuente anterior a la utilizada por Cicerón en el Hortensius .
Claramente aristotélica es la forma de pensar a Dios como primer motor, inmóvil, del devenir mundano (L. III, metro 9 y prosa 12).


Y, por fin, citaremos la influencia de San Agustín, patente en el matiz que da Boecio a la teoría de la reminiscencia y, sobre todo, en la notable investigación que en el libro V, prosa 6, dedica a la eternidad y el tiempo. En ella completa el agudo análisis agustiniano (Cf. Confesiones, II, 14-31) que había señalado, sobre todo, el carácter subjetivo de la conciencia del tiempo, condicionada por la “expectatio, attentio et memoria”. Para San Agustín, el tiempo nació con el mundo, con las cosas que cambian, pero Dios es ajeno al tiempo, pues nada tiene que ver él con este ir y venir de las cosas.

 

En la misma línea de pensamiento, Boecio define la eternidad como “Interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio”; esta definición distingue perfectamente la eternidad del tiempo y el ser divino del ser mundano, pues aunque el cosmos fuera eterno (como creía Aristóteles), su ilimitación temporal sólo sería un remedo de la eternidad divina: pues en el mundo, lo único real es el presente, mientras que en Dios el pasado y el futuro son también presentes; en el ser creado la ilimitación temporal sería, en todo caso, una ilimitación de sucesión y devenir. Santo Tomás y los escolásticos acogieron con entusiasmo esta idea boeciana.

4. ESTRUCTURA

Todos estos elementos se articulan en el libro de Boecio de una forma selectiva más que ecléctica. Como se ha dicho, Boecio se aparta en algunos puntos de vista capitales del neoplatonismo y del estoicismo, tomando de tales doctrinas únicamente aquellas ideas que son susceptibles de integrarse en una teoría espiritualista y teísta que pueda servir de base y explicación al dogma.


El fin de la obra, además de buscar el consuelo para sí propio y para todos los que sufren los reveses de la fortuna, es la elaboración de una teodicea válida dentro del campo de la razón y expuesta en un lenguaje comprensible para los creyentes y los paganos. Por eso su estilo es exotérico o popular, lo mismo que ocurre con su opúsculo De fide catholica .


Los materiales que constituyen la obra están dispuestos en cinco libros, cada uno de los cuales se compone de varias prosas y versos intercalados, En el libro primero expone Boecio los motivos de su aflicción; y la filosofía, que se le aparece en forma de dama de porte majestuoso, le hace ver ante todo que su mal consiste en haber olvidado cuál es el verdadero fin del hombre, ofuscado como está en su desesperación. En el libro II se hace un análisis de lo que es la fortuna y de los bienes ficticios que ella procura, así como de los bienes reales que una fortuna adversa puede traer consigo.

 

En el libro III enseña la filosofía que todos los hombres quieren naturalmente la bienaventuranza, pero su fuente no puede estar en los bienes particulares, sino en el bien universal y supremo que es, a la vez, uno: Dios. En el libro IV trata de conciliar la bondad divina con la existencia del mal en el mundo y distingue la Providencia del hado. Y en el libro V se enfrenta con el problema de hacer compatible la omnisciencia providente de Dios con la libertad de la voluntad humana, haciendo el análisis del tiempo y la eternidad.


A esta estructura objetiva del libro de La consolación, subyace otra estructura que podríamos llamar emocional. Boecio, que tanto había trabajado en el aristotelismo, echa mano del inagotable repertorio de consuelo que ofrecían Platón y los estoicos en el momento de encontrarse ante una “situación límite” por excelencia, como es la situación ante su muerte próxima. En los dos primeros libros su inquietud se disipa progresivamente, el pensamiento se hace dueño de sí mismo en el tercero, y en los dos últimos la solución que da a aquellos grandes problemas de la razón que se alzaban ante él, le dan la paz definitiva .

5. HISTORIA

Fue uno de los libros más leídos durante la Edad Media e inspiró a filósofos y literatos hasta el Renacimiento.
Recordemos, entre los últimos, a Chaucer (que lo tradujo también al inglés), Boccaccio y Dante (Convivio, 2, 13).


Dio origen a innumerables glosas; por ejemplo, las de Juan Erígena, Remigio de Auxerre, Bovo II de Corvey, Guillermo de Conches, Nicolás Trivet, Pedro D’ Ailly, Dionisio Carthusianus, Juan Murmelius.


Suscitó el género literario de los libros de consolación, que abundaron entre los siglos XI y XVI, V. gr.: las Consolatio theologiæ de Juan de Tambach, Mateo de Krakau y Juan Gerson, la Consolatio rationis de Pedro de Compostela y El Libro del consuelo divino del maestro Eckehart.


Se tradujo a todos los idiomas cultos: al hebreo, al anglosajón por el rey Alfredo de Inglaterra (en el †901), al alemán por Notker Labeo (en †1022), al francés por Juan de Meung (en  †1318), al italiano por B. Varchi (impresa en Florencia, 1551), al griego por M. Planudes (†1310).


En España, la primera traducción impresa que conocemos es la hecha por fray Antonio Ginebreda en 1488, aunque existían con seguridad traducciones catalanas y acaso también castellanas desde el siglo XIV. Sólo durante el siglo XVI se hicieron las siguientes ediciones: una edición latina, en Sevilla (1521), la traducción de don Pedro Saynz de Viana, la de Zurita (al parecer), la de Juan Valera de Salamanca (en 1511) y, sobre todo, la traducción de fray Alberto de Aguayo, editada en 1516 y reeditada en 1518 (Sevilla, Cromberger), 1521, 1530, 1542, 1598 (en Valladolid, según Nicolás Antonio), en 1921 (publicada, con una introducción, por el P. Luis G. A. Getino y reeditada en 1943) . También es digna de mención la traducción que en 1665 (Madrid, A. García) publicó don Esteban Manuel de Villegas: sus versos no son excesivamente fieles al texto, pero la prosa es modelo de corrección. La traducción fue incompleta, por faltarle parte del libro V (en 1774 se añaden los trozos que faltaban, tomándolos de Aguayo).


La presente traducción ha sido hecha expresamente para esta Biblioteca de Iniciación Filosófica.

ALFONSO CASTAÑO PIÑÁN
 
LIBRO PRIMERO
[Expone el autor los motivos de su aflicción, y la Filosofía, que se le aparece en forma de dama de porte majestuoso, le hace ver ante todo que su mal consiste en haber olvidado cuál es el verdadero fin del hombre.]


METRO PRIMERO
Yo que en mis mocedades componía hermosos versos , cuando todo a mi alrededor parecía sonreír, hoy me veo sumido en llanto, y ¡triste de mí!, sólo puedo entonar estrofas de dolor. Han desgarrado sus vestiduras mis musas favoritas y aquí están a mi lado para inspirarme lo que escribo, mientras el llanto baña mi rostro al eco de sus tonos elegíacos. Ellas siquiera no me han abandonado por fútiles temores, ellas, que siempre fueron la compañía de mis caminos.


Ellas, recuerdo gratísimo de mi florida juventud fecunda, vienen a dulcificar los destinos de ésta mi abatida vejez: si, que a impulsos de la desgracia la vejez ha precipitado sobre mí sus pasos, y a la mitad del camino de mi vida he sentido sonar la hora definitiva del sufrir.


Cubren mi cabeza precoces canas; mi cuerpo agotado siente ya el escalofrío de la tez marchita y rugosa. ¡Dichosa muerte, cuando sin amargar la dulzura de los años buenos, acude si el corazón la llama en su favor! Pero, ¡ay!, que, despiadada, cierra sus oídos a la voz de la desgracia…


¡En vez de cerrar los ojos del triste mortal que llora! Mientras me halagó la fortuna, a pesar de saberla inconstante y mudable, una hora de tristeza hubiera bastado para llevarme a la tumba; ahora que ha ensombrecido su faz engañadora, ¡oh, cuán larga se me hace una vida tan tediosa!


¿Por qué, amigos, habéis ponderado tantas veces las horas de mi dicha fugaz? ¡Ah, no estaba muy seguro quien así cayó tan de repente!


PROSA PRIMERA
1.–    En tanto que en silencio me agitaban estos sombríos pensamientos y con aguzado estilo escribía en blandas tablillas mi lamento quejumbroso, parecióme que sobre mi cabeza se erguía la figura de una mujer de sereno y majestuoso rostro, de ojos de fuego, penetrantes como jamás los viera en ser humano, de color sonrosado, llena de vida, de inagotadas energías, a pesar de que sus muchos años podían hacer creer que no pertenecía a nuestra generación. Su porte, impreciso, nada más me dio a entender.
2.–    Pues ya se reducía y abatiéndose se asemejaba a uno de tantos mortales, ya por el contrario se encumbraba hasta tocar el cielo con su frente, y en él penetraba su cabeza, quedando inaccesible a las miradas humanas.


3.–    Su vestido lo formaban finísimos hilos de materia inalterable, con exquisito primor entretejidos; ella misma lo había hecho con sus manos, según más adelante me hizo saber. Y, a semejanza de un cuadro difuminado, ofrecía, envuelto como en tenue sombra, el aspecto desaliñado de cosa antigua.


4.–    En su parte inferior veíase bordada la letra griega pi (inicial de práctica), y en lo más alto, la letra thau (inicial de teoría)  y enlazando las dos letras había unas franjas que, a modo de peldaños de una escalera, permitían subir desde aquel símbolo de lo inferior al emblema de lo superior.


5.–    Sin embargo, iba maltrecho aquel vestido: manos violentas lo habían destrozado, arrancando de él cuantos pedazos les fuera posible llevarse entre los dedos.


6.–    La mayestática figura traía en su diestra mano unos libros; su mano, izquierda empuñaba un cetro.


7.–    Y cuando vio a mi cabecera a las musas de la poesía dictándome las palabras que traducían mi dolor, conmovióse de pronto; y luego, lanzando por sus ojos miradas fulminantes, indignada exclamó:


8.–    “¿Quién ha dejado acercarse hasta mi enfermo  a estas despreciables cortesanas de teatro, que no solamente no pueden traerle el más ligero alivio para sus males, sino que antes bien le propinarán endulzado veneno?


9.–    Sí, con las estériles espinas de las pasiones, ellas ahogan la cosecha fecunda de la razón; son ellas las que adormecen a la humana inteligencia en el mal, en vez de libertarla.


10.–    ¡Ah! Si vuestras caricias me arrebataran a un profano, como sucede con frecuencia, el mal seria menos grave, porque en él mi labor no se vería frustrada; pero ¿es que ahora queréis quitarme a este hombre alimentado con las doctrinas de Elea y de la Academia?


11.–    Marchad, alejaos más bien de este lugar, Sirenas que fingís dulzura para acarrear la muerte; dejadme a este enfermo, al cual yo cuidaré con mis númenes, hasta devolverle la salud y el bienestar


12.–    Ante tales increpaciones, las musas que me asistían bajaron los ojos; y, cubiertos los rostros con el rubor de la vergüenza, transpusieron el umbral de mi casa.
13.–    Yo, que con la vista turbada por las lágrimas no podía distinguir quién fuese aquella mujer de tan soberana autoridad, sobrecogido de estupor, fijos los ojos en tierra, aguardé en silencio lo que ella hiciera.


14.–    Entonces, acercándose más, se sentó al borde de mi lecho; y al contemplar mi rostro apesadumbrado y abatido por el dolor, lamentóse en estos versos de la causa que turbaba mi espíritu.


METRO SEGUNDO
“¡Ah! ¡Cómo se agita la mente en el fondo del abismo en que se halla sumergida! Y abandonando su propia luz, ¡cómo se precipita hacia la tiniebla exterior, cuando siente en sí misma una angustia mortal, acrecida hasta lo infinito por el hálito de las cosas terrenales!


”Este pobre mortal gozó un tiempo de omnímoda libertad; para él el cielo no guardaba secretos; acostumbrado a caminar por los senderos del firmamento, observaba los dorados rayos del sol, seguía atento las fases de la helada luna, había vencido a las estrellas, sujetando a número sus errantes revoluciones dentro de órbitas cerradas.
”¿Qué más? Él sabía las causas por las cuales los vientos rumorosos ya rizan la superficie de los mares, ya sacuden su seno en gigantescas olas; cuál es el alma inmutable que gobierna al mundo; por qué los astros que se hunden en el mar de las Hespérides despiertan rutilantes por Oriente; con qué ley se suceden las plácidas horas de la primavera para que ésta adorne la tierra con rosadas flores; quién hace que al término del año muestre el otoño la exuberancia de su fecundidad en jugosos frutos… Esto solía él tratar en sus versos, como así también otros misterios ocultos de la naturaleza que él desentrañaba…


”Mas ahora, vedle aquí abatido, apagadas las luces de su mente, cargadas a su cuello pesadas cadenas, que le hacen inclinar, abrumado, su frente para no ver, ¡desgraciado!, otra cosa que la tierra inerte en la cual va a sepultarse…


PROSA SEGUNDA
1.–    ”Pero no es ahora tiempo de lamentos —dijo la mujer aparecida—, sino de poner el remedio”.
2.–    Y fijando en mí sus fúlgidos ojos: “¿No eres tú —me dijo— el que, alimentado un tiempo con mi propia leche y educado bajo mis solícitos cuidados, te habías desarrollado hasta adquirir la energía de un hombre?
3.–    ”Yo te proporcioné armas que, de haberlas conservado, te hubieran permitido defenderte con invicta firmeza.
4.–    ”¿No me conoces? ¿Por qué ese silencio? ¿Es la vergüenza o es el estupor lo que te hace callar? ¡Ojalá fuese la vergüenza! Pero no, ya veo que te anonada el estupor”.
5.–    Y viéndome no sólo callado, Sino en verdad mudo y aturdido, acercó dulcemente su mano a mi pecho y dijo: “No hay peligro; es sólo un letargo lo que sufre, la enfermedad de todos los desengañados.
6.–    ”Ha perdido momentáneamente la consciencia; no le será difícil recobrarla, si llega a reconocerme. Para que pueda conseguirlo voy enseguida a limpiar sus ojos, Oscurecidos por la nube de cosas terrenales”.
7.–    Dijo, y con un pliegue de su vestidura enjugó mis ojos bañados en llanto.
METRO TERCERO
Entonces, disipada la noche, se desvanecieron las tinieblas que me cercaban y volvieron mis ojos a su prístino vigor. No de otro modo cuando las nubes se amontonan al soplo de Coro desencadenado, cuando el cielo parece se ha detenido por la carga de lluviosa cerrazón, el sol se oculta, cerniéndose oscura noche sobre la tierra, aun cuando no haya llegado al horizonte la estrella de la tarde. Pero si Bóreas (viento del norte), saliendo de sus antros de Tracia azota con sus alas aquella tiniebla y deja en libertad al día aprisionado, brotan doquiera torrentes de luz y Febo hiere con los dardos de sus rayos los ojos que asombrados lo contemplan.
PROSA TERCERA
1.–    Por semejante manera, ahuyentadas las nubes que me ensombrecían de tristeza, miré con avidez la luz del cielo; y recobrados mis sentidos, pude reconocer el rostro de aquella que me curaba.
2.–    Así, pues, volví mis ojos para fijarme en ella, y vi que no era otra sino mi antigua nodriza, la que desde mi juventud me había recibido en su casa, la misma Filosofía.
3.–    “¿Y cómo —le dije— tú, maestra de todas las virtudes, has abandonado las alturas donde moras en el cielo, para venir a esta soledad de mi destierro? ¿Acaso para ser también, como yo, perseguida por acusaciones sin fundamento?”
4.–    “¿Podría yo —me respondió— dejarte solo a ti que eres mi hijo, sin participar en tus dolores, sin ayudarte a llevar la carga que la envidia por odio de mi nombre ha acumulado sobre tus débiles hombros?
5.–    ”No, la Filosofía no podía consentir quedara solo en su camino el inocente; ¿iba yo a temer ser acusada?; ¿iba yo a temblar de espanto, como si hubiera de suceder lo nunca visto?
6.–    ”¿Crees que sea ésta la primera vez que una sociedad depravada pone a prueba la sabiduría? ¿Acaso entre los antiguos, anteriores a la época de mi discípulo Platón, no he tenido que sostener duros combates contra los desatinados ataques de los necios? Y viviendo Platón, ¿no triunfó su maestro Sócrates, gracias a mi asistencia, de una muerte injusta?
7.–    ”Luego, la turba de los epicúreos primero, la muchedumbre de los estoicos después, y sucesivamente las demás escuelas y sectas, cada cual según sus medios, han intentado asaltar mis dominios; y al arrastrarme, a pesar de mis clamores y de mis esfuerzos, para no quedarse sin su parte de botín han destrozado la vestidura que por mis propias manos me tejiera, y llevándose jirones han abandonado la lucha, imaginando que me habían hecho suya.
8.–    ”Entonces, al verlos vestidos con los despojos de mi ropaje la ignorancia los juzgó mis familiares e hizo caer en el error a muchos de los profanos .
9.–    ”Si acaso desconoces el exilio de Anaxágoras, el envenenamiento de Sócrates, las torturas de Zenón, porque ninguna de estas cosas acaeció en vuestro pueblo, al menos no has podido olvidar a los Canio, los Séneca, los Sorano, pues están en la memoria de todos y no ha pasado mucho tiempo desde ellos hasta vosotros.
10.–    ”Y lo que a éstos condujo a la ruina fue el haber sido formados en nuestra doctrina, razón por la cual jamás se mostraron conformes con el gusto e inclinaciones de los malvados.
11.–    ”Por ello no tienes que admirarte al ver que en el océano de la vida sintamos las sacudidas de furiosas tempestades, ya que nuestro gran destino es no agradar a los peores.
12.–    ”Aun cuando los tales sean legión, merecen, sin embargo, nuestro desprecio, pues, acéfalos, sin guía que los dirija, son arrastrados por el error de sus locuras, que los hacen divagar desordenadamente y sin rumbo.
13.–    ”Si un día pretendieran entablar combate, y envalentonados se lanzaran contra nosotros, entonces nuestra guía, la razón, replegará sus tropas a las fortalezas, y al enemigo no le quedará sino un despreciable botín que apresar.
14.–    ”A nosotros, defendidos de los ataques de la horda furiosa por trincheras infranqueables para el vulgo insensato, nos inspirará risa y desprecio verlo a nuestros pies, disputándose encarnizadamente cosas sin valor.
METRO CUARTO
”Aquel que sin perder el equilibrio de su espíritu sabe hollar con altivez los implacables decretos del destino y que tanto en la adversidad como en la bienandanza puede contemplar impasible los vaivenes de la mudable fortuna, no se conmoverá ni ante la furia amenazadora del océano que hace brotar del fondo de los abismos sus agitadas olas, ni ante el bramar del Vesubio caprichoso, cuando reventando sus hornos encendidos lanza las llamas envueltas en humo, ni ante la descarga del rayo ardiente que busca, para fulminarlas, las elevadas cumbres.
”¿Por qué, por qué el hombre maltratado por la desgracia ha de mirar inerte, rabioso en su impotencia, al tirano que lo tortura? Nada esperes, nada temas y dejarás desarmado e impotente a tu más airado enemigo; pero si trepidas por el miedo o vacilas por una esperanza, ya has perdido tu firmeza, has vendido tu independencia, has abandonado tu escudo; y, desalojado de tus posiciones has atado a tu cuello una cadena que para siempre te arrastrará”.
PROSA CUARTA
1.–    “¿Has oído estas palabras?” —me dijo la Filosofía—. “¿Han penetrado en tu espíritu, o bien te has quedado tan insensible como el asno ante la lira? ¿Por qué lloras? ¿Por qué fluyen de tus ojos esos arroyos de lágrimas? Si buscas remedio a tu mal, preciso es que descubras la herida”.
2.–    A lo que, concentrando mis energías, respondí: “¿Acaso necesita alguna aclaración, no destaca bastante por sí mismo el rigor encarnizado de mi dura fortuna? ¿No es suficiente para moverte a compasión el solo aspecto de este lugar?
3.–    ”¿Es ésta aquella biblioteca que en mi casa tú eligieras como seguro refugio, en donde muchas veces te sentabas a mi lado para instruirme en las ciencias divinas y humanas?
4.–    ”¿Acaso era mi vida como ahora? ¿Tenía yo siquiera este rostro caído, cuando contigo sondeaba los misterios de la naturaleza y con tu varita me describías el movimiento de los astros, cuando regulabas mi conducta y costumbres de acuerdo con el orden maravilloso de las esferas celestes? ¿Es ésta la recompensa que he merecido por ser obsecuente contigo?
5.–    ”Y, sin embargo, tú eres la que formulaste por boca de Platón este pensamiento: Los pueblos serán felices cuando sean gobernados por hombres amantes de la sabiduría o que hayan querido entregarse a su estudio.
6.–    ”Tú eres la que por medio de este sabio nos enseñaste también que a los filósofos asiste siempre una razón necesaria para encargarse del poder, por no dejar las riendas del gobierno en las manos de ciudadanos perversos, todo con el fin de preservar de catástrofes y ruinas a las gentes honradas.
7.–    ”Y así fue como yo, inspirado por tu palabra autorizada, concebí la ilusión de aplicar a los asuntos de gobierno las lecciones que de ti misma recibiera en las plácidas horas de mi retiro.
8.–    ”Tú, al igual que Dios, que te ha puesto en la inteligencia de los sabios, me sois testigos de que no me ha llevado a la conquista de los honores y del poder otra cosa sino la pasión de procurar el bien común de los buenos y honrados.
9.–    ”De ahí mi profundo e invencible desacuerdo con los malvados; de ahí la cólera y el furor de los poderosos, a quienes siempre he mirado con desprecio, saliendo por los fueros del derecho y la justicia, como lo exigía la libertad de mi conciencia.
10.–    ”¡Cuántas veces salí al paso de Conigasto , cuando él quería despiadado apropiarse los bienes de ciudadanos desamparados! ¡En cuántas ocasiones disuadí a Trigguilla , intendente de la Casa Real, de la injusticia que tramaba o tal vez había perpetrado! ¡Cuántas veces, quebrando las amenazas en el escudo de mi autoridad, he protegido a los desgraciados que veía envueltos en las intrincadas calumnias que urdía la avaricia, siempre impune, de los extranjeros! Nada me hizo jamás trocar la justicia por la injusticia.
11.–    ”Cuando los ciudadanos de las provincias se han visto arruinados, ya por las depredaciones de sus convecinos, ya por las abrumadoras exacciones del Estado, he levantado mi voz de queja, doliéndome como si fuera otra víctima.
12.–    ”Con ocasión del hambre desoladora que afligía al país, la amenaza de una requisa malévola e infundada iba a sumir en la miseria más aterradora a la provincia de Campania; pues bien, en nombre del interés común declaré una lucha sin cuartel contra el prefecto del pretorio, salí a combate ante el tribunal del mismo rey, y obtuve singular victoria consiguiendo que se anulara la requisa.
13.–    ”Al cónsul Paulino, cuya fortuna devoraban los perros del Palatino con sus intrigas y proyectos, lo libré de las fauces de aquella jauría amenazante.
14.–    ”Para salvar a Albino, también revestido de la toga consular, cuando sobre él se cernía la condena impuesta por una acusación sin pruebas, no dudé en afrontar las iras del delator Cipriano.
15.–    ”¿No he exasperado bastante a los poderosos? Pero debía haber encontrado mayores seguridades entre los demás, yo que en mi lucha a favor del derecho y la justicia no reservé para mí el favor de los cortesanos. ¿Y quiénes son los delatores que me han derrocado?
16.–    “Uno de ellos, Basilio, después de haber sido despedido de la Casa Real, vióse obligado por sus deudas a convertirse en mi enemigo, y me delató.
17.–    ”Opilión y Gaudencio, a causa de sus numerosos y astutos fraudes, fueron desterrados por un edicto real; mas ellos, para esquivar el golpe, buscaron asilo en un santuario, de lo cual informado el rey, ordenó que si en el día prefijado no abandonaban la ciudad de Ravenna, los expulsaría por la fuerza marcando sus frentes con la ignominia del hierro candente.
18.–    ”¿Qué recurso les podía quedar ante tan severa amenaza? Y, sin embargo, aquel mismo día, para congraciarse presentaron una denuncia contra mí.
19.–    ”¿Cómo? ¿Acaso mi conducta me había hecho merecer tal cosa? ¿O es que a ellos los rehabilitó la incumplida condena? De suerte que la fortuna que no se avergonzara al ver acusado al inocente, ¿tampoco se indignó ante la bajeza de los acusadores?
20.–    ”¿Y quieres saber el delito que se me imputó? Me acusaron de que quise salvar al Senado.
21.–    ”¿En qué forma? Un delator pretendía se incoara expediente para declarar al Senado reo de lesa majestad, y yo lo impedí: ése es el crimen que me achacan.
22.–    ”¿Qué juzgas de todo esto, tú que eres mi maestra? ¿Negaré el crimen que se me imputa para que tú no te avergüences de mí? Pero es el caso que yo siempre quise y querré aquello que se me reprocha. ¿Me confesaré culpable? En ese caso, cejaría en mi esfuerzo para detener los pasos de los delatores.
23.–    ”¿Se puede llamar crimen al deseo de salvar aquella gran institución? Ciertamente, por la conducta que conmigo observara el Senado, bien puede decirse que mereciera ser declarado criminal el que intentara defenderlo.
24.–    ”Pero el deber no puede estar sujeto al vaivén de los humanos acontecimientos, siempre contradictorios; y yo, que sigo con fidelidad las enseñanzas de Sócrates, no puedo ni ocultar la verdad ni consentir la mentira.
25.–    ”Sea como fuere, a tu juicio y al de los sabios me remito; y con el fin de que la posteridad conozca la realidad de los hechos, me ha parecido oportuno consignarlos por escrito, para que jamás se borren de la memoria.
26.–    ”Porque, ¿para qué voy a hablar de aquellas cartas apócrifas de que mis enemigos se han valido para acusarme de haber deseado la libertad de Roma? Su falsedad hubiera quedado patente sólo con que no me hubieran prohibido apelar al testimonio de los mismos acusadores, que es lo que en casos semejantes constituye la prueba más convincente.
27.–    ”En estas condiciones, ¿qué esperanza de libertad puede quedarme? Ojalá hubiera tenido alguna: hubiera respondido con las palabras de Canio, quien acusado por Gaio César, hijo de Germánico, de haber urdido una conspiración contra él, se limitó a responder: “De haberlo yo sabido, tú aun lo ignoraras”.
28.–    ”Con todo, el dolor no ha perturbado mi mente hasta el extremo de querer lamentar que haya impíos que tramen criminales maquinaciones contra la virtud; lo que me llena de asombro es ver que hayan realizado sus intentos.
29.–    ”Puesto que apetecer lo malo no pasará quizá de ser una debilidad de nuestra naturaleza; pero que se cumplan contra una víctima inocente los planes de los malvados y esto a la vista de Dios, es algo monstruoso y fuera de lo natural.
30.–    ”Por eso uno de tus familiares, Epicuro, preguntábase no sin cierta razón: Si Dios existe, ¿de dónde viene el mal? Mas ¿de dónde proviene el bien si Dios no existe?
31.–    ”Pero admitamos que los perversos, ávidos de la sangre de las gentes de bien y del Senado entero, hayan tramado mi perdición porque me sabían defensor de los buenos y del Senado.
32.–    ”¿Acaso merecía yo que los Padres Conscriptos me trataran de la misma suerte? Recordarás, sin duda, porque siempre presente me dirigías en cada una de mis palabras y de mis acciones, recordarás, digo, cómo en Verona, cuando el rey, deseando vengar en todos el crimen de lesa majestad, hacía recaer sobre el Senado entero la acusación formulada contra solo Albino, yo defendí con absoluta serenidad ante el peligro la inculpabilidad de todo el Senado.
33.–    ”Esto que ahora aduzco, bien sabes que es verdad y que jamás he pretendido jactarme de ello, porque amengua la satisfacción de la recta conciencia el hacer ostentación de la propia conducta, como si se buscara el premio en la reputación bullanguera.
34.–    ”Mas ya ves cuál ha sido el destino de mi inocencia: como recompensa de mi virtud real sufro el castigo de un delito imaginario.
35.–    “¿Ha existido jamás un crimen cuya confesión paladina por parte del reo haya encontrado a los jueces absolutamente unánimes en la severa aplicación del castigo? ¿Ninguno de ellos pudo hallar atenuantes, fundadas ya en la humana debilidad que fácilmente induce a errores, ya en la versatilidad de la fortuna, siempre incierta para con todos los mortales?
36.–    ”Si hubiera yo sido acusado de querer incendiar los templos, de asesinar sacrílegamente a los sacerdotes, de maquinar la perdición de todas las gentes de bien, se me hubiera condenado en sentencia dictada en mi presencia, convicto del crimen ante las pruebas alegadas; pero ahora, se me destierra a casi quinientos mil pasos de distancia, no se quiere oír mi palabra ni mi defensa, y se me condena a la confiscación y a la muerte por haber demostrado a favor de los senadores el interés más celoso. ¡Qué bien merecido tenéis el que a nadie se pueda culpar de semejante falta!
37.–    ”Los mismos acusadores se dieron cuenta del honor que suponía una acusación como ésta; y, con el fin de ensombrecerla, los impostores declararon que para alcanzar la dignidad que se me confirió había yo manchado mi conciencia con un sacrilegio.
38.–    ”Sin embargo, tú que vivías en mí, arrojabas del fondo de mi alma todo deseo de bienes perecederos; por otra parte, bajo tu mirada vigilante no podía cometerse el sacrilegio. Tú me inspirabas de continuo, haciendo resonar en mis oídos y en mi pensamiento la máxima de oro de Platón: SIGUE A DIOS.
39.–    ”No era dable que recurriera yo al auxilio de espíritus vilísimos, cuando tú te esforzabas por crear en mí una excelencia que me asemejaba a los dioses .
40.–    ”Fuera de esto, un hogar como el mío, sin tacha, la compañía de amigos irreprochables, un padre político que es la rectitud en persona, tan respetable como tú misma, descartan hasta la sospecha de que yo pudiera haber cometido tan indigna villanía.
41.–    ”Pero, ¡oh monstruosidad! Si se me acusa de tan horrendo crimen, es precisamente por ti, que siempre has sido mi maestra; si no me consideran del todo ajeno a él, es debido a que me conocen, imbuido en tus enseñanzas y dócil a tu disciplina.
42.–    ”No es, pues, bastante que el culto que yo te he profesado no me sirva de nada, sino que es preciso además que tú también recibas los golpes con que a mí quieren herirme.
43.–    ”Lo que viene a colmar mi infortunio es ver cómo en la estimación vulgar no se atiende al mérito de la acción y sí sólo a su resultado, considerando fueron previstas únicamente las que el éxito ha coronado. De ahí procede que al que se ve atenazado por la desgracia lo primero que le falta es la estima de los demás.
44.–    ”Prefiero no recordar siquiera los rumores que puedan circular entre el vulgo, ni sus juicios contradictorios y enredosos. Solamente diré que la carga más pesada de la desgracia es que se crea ante la primera acusación que el infortunado tiene merecida con justicia la suerte que le toca sufrir.
45.–    ”En cuanto a mí, me he visto privado de mi fortuna, arrojado de todos los cargos, manchada mi reputación: y todo por haber hecho el bien.
46.–    ”Paréceme contemplar los sacrílegos antros de los criminales desbordantes de alegre júbilo; a hombres viciosísimos tramando nuevas intrigas, mientras las gentes honradas se ven abatidas, atemorizadas por el riesgo de una aventura trágica; los criminales, amparados por la impunidad, se lanzan a perpetrar nuevos crímenes, alentados con la esperanza del premio que les aguarda, al tiempo que el inocente no sólo no puede contar con su propia seguridad, pero ni siquiera puede defenderse. Por ello gritaré orgulloso:
 

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