El Amado de los Dioses – Lester del rey

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Del Rey, Lester - El amado de los diosesLESTER DEL REY, gracias a su talento precoz, proporciona uno de los primeros ejemplos de miembro del «fandom» que consigue acceder a la autoría. En su caso, a la temprenan edad de 22 años y a resultas de una apuesta.
Gran maestro del cuento breve, se caracteriza por la originalidad de sus temas y pensamientos.

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ALUNIZAJE

Lester del Rey

1

El cuerpo de Grey estaba cubierto de un sudor frío, que resbalaba desde sus sobacos y se condensaba en gotitas sobre su cuerpo. Se agitó en su saco, gimiendo suavemente. Debió de despertarle el sonido de su propia voz, porque salió de su sueño, en el que caía de manera interminable hacia una conciencia creciente. La sensación de caída persistía. Esbozó un gesto instintivo y frenético, buscando algo a qué asirse. Sus manos encontraron el flojo tejido del saco. Hizo una mueca.
Aun antes de tocar la trama, la reacción de sus movimientos debió de aclararle dónde se encontraba, cuando su cuerpo chocó contra la parte opuesta de la superficie del saco. Aquello era el espacio. La gravedad había quedado muy atrás, salvo por los delicados dedos que ahora se acercaban cautelosamente desde la Luna y le empujaban de nuevo hacia la parte superior del saco. Por unos segundos, permaneció allí, sonriendo apenas al recordar los cuentos que había leído, según los cuales la falta de gravedad hacía latir agitado el corazón o contraerse el estómago. Pero el espacio no era así. Ahora lo sabía y, en realidad, debió de haberlo sabido antes. Se parecía muchísimo a los primeros momentos de la caída libre, antes de abrirse el paracaídas, como una sensación de paz, al comprender que no había peligro. Y el corazón se veía liberado de parte del esfuerzo necesario y se ajustaba a un latido tranquilo y fácil, mientras que el estómago controlaba la situación. No era la falta de gravedad, sino sus modificaciones, lo que provocaba el mareo.
Por supuesto, notaba en los oídos una sensación extraña… una sensación de mareo, que aumentaba poco a poco a medida que los líquidos internos quedaban libres del tirón de la gravedad. No obstante, las horas en la cámara de aclimatación surtieron su efecto, y el malestar pasó pronto. La mayor dificultad consistía en la adaptación mental precisa para superar la costumbre de tener algo debajo y considerar las seis paredes iguales. Una vez logrado, el espacio se convertía en una cosa muy agradable.
Con la escasa energía necesaria para moverse allí, tendió la mano y abrió la cremallera que había sobre él. Salió culebreando de su saco de dormir y bajó hasta el suelo, sujetándose a las cuerdas adosadas a las paredes y que servían de agarraderas. La cámara, pequeña y cargada con los olores de los cuerpos humanos colgados en otros tantos sacos apoyados contra las paredes, resonaba a causa de los ronquidos de Wolff y el silbido del aire acondicionado.
Uno de los sacos se abrió, y Alice Benson asomó la cabeza, sonriéndole con calma.
—¿Es usted, Grey?
¿Por qué al mirarla le abandonaba la impaciencia que debería sentir?
Demasiado vieja y frágil para embarcarse en un viaje semejante, sobre todo porque nada parecía justificar su presencia, la total normalidad de su conducta en tales condiciones resultaba extrañamente tranquilizadora. En la atiborrada y maloliente cabina de la Polilla Lunar, su porte conservaba una distinción que, según sospechaba él, ocultaba el sentimiento de urgencia que la invadía a veces.
—Sí, señora.
Los escasos modales que había aprendido salían a la superficie cuando se veía ante ella.
—¿Por qué no duerme? —se interesó.
Ella meneó la cabeza. Un asomo de sonrisa arqueó las comisuras de su boca.
—No podía, hijo. He vivido demasiados años con algo bajo mis pies para adaptarme tan bien como vosotros, los jóvenes. De todas formas, tiene sus compensaciones. Nunca había descansado tan bien, ni dormida, ni despierta. ¿Le apetece un poco de café?

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