La Estatua de Bronce (Falco II) – Lindsey Davis

Presiona aquí para descargar el libro La Estatua de Bronce>>

la estatua de bronceSegunda de las novelas protagonizadas por Marco Didio Falco de la mano de Lindsay Davis, un libro que de nuevo nos lleva a la Roma Imperial y a sus conjuras y misterios.
Si con La Plata de Britania Lindsay Davis nos presentaba a sus personajes protagonistas, en La estatua de bronce nos da la oportunidad de ahondar un poco más en la personalidad de Falco y también de conocer mejor al emperador Vespasiano, que sólo había intervenido muy puntualmente con anterioridad. Además, Davis introduce a un nuevo personaje en la saga: Anacrites, espía y burócrata sin piedad al servicio del emperador.

Lee las primeras páginas de este libro online>>

Cuando llegué al final del callejón los delgados vellos de mi nariz estaban empezando a temblar. Mayo tocaba a su fin y hacía una semana que el tiempo era cálido en Roma. La intensa luz del sol primaveral había azotado el techo del almacén, por lo que fermentaba una generosa cantidad de moho en su interior. Las especias orientales zumbarían mágicamente y el cadáver que habíamos ido a enterrar estaría animado por la descomposición y los gases humanos.
Conseguí reunir cuatro voluntarios entre los miembros de la guardia pretoriana, más un capitán llamado Julio Frontino, que había conocido a mi hermano. Frontino y yo quitamos las cadenas de la calleja posterior y deambulamos por la zona de carga mientras los guardias intentaban abrir la pesada puerta interior.
Mientras esperábamos Frontino masculló:
—¡Falco, a partir de hoy haré como si jamás en la vida hubiese tratado a tu hermano! Éste es el último recado repugnante al que me arrastras… Un favor personal para el emperador… ¡Festo lo habría definido de otra manera!
Frontino describió al emperador con la palabra que solía utilizar mi hermano y que no era nada amable.
—¡Atender al César es trabajo fácil! —comenté restándole importancia—. Uniforme elegante, alojamiento gratuito, la mejor localidad en el Circo… ¡y todas las almendras garapiñadas que seas capaz de comer!
—¿Por qué motivo Vespasiano te eligió a ti para esta misión?
—Soy fácil de intimidar y necesito dinero.
—¡Vaya, una elección muy coherente!
Me llamo Didio Falco, Marco para ciertos amigos de confianza.

*

Por aquel entonces contaba treinta años y era ciudadano libre de Roma. Lo único que eso significaba era que había nacido en un tugurio, seguía viviendo en un tugurio y, salvo en los momentos en que la irracionalidad me dominaba, suponía que moriría en un tugurio.
Era detective privado y ocasionalmente en palacio utilizaban mis servicios. Quitar un cadáver putrefacto de la lista de ciudadanos del censor era una tarea típica de las que me asignaban. Era antihigiénica, irreligiosa y me quitaba el apetito.
En mis tiempos había trabajado para perjuros, insolventes de poca monta e impostores. Presenté declaraciones juradas para denunciar la burda corrupción de senadores de alcurnia, corrupción que habría sido imposible encubrir incluso en tiempos de Nerón. Encontré niños desaparecidos de padres ricos que habrían preferido abandonarlos y defendí las causas perdidas de viudas sin herencia que una semana después contrajeran matrimonio con sus sometidos amantes… justo cuando les había conseguido un poco de dinero. La mayoría de los hombres intentaban largarse sin pagar y la mayoría de las mujeres estaban dispuestas a pagarme en especie. Ya os podéis imaginar qué clase de especie, jamás un capón tierno ni un buen pescado.
Después de una temporada en el ejército trabajé cinco años por mi cuenta como investigador. Entonces el emperador me propuso ascenderme de categoría social si trabajaba para él. Ganar el dinero necesario para conseguir ese cambio era prácticamente imposible y el ascenso enorgullecería a mi familia y daría envidia a mis amigos al tiempo que molestara seriamente al resto de la clase media, por lo que todos me dijeron que esa disparatada apuesta merecía que dejase ligeramente de lado mis ideas republicanas. Me convertí en agente imperial… y no me gustó. Como era el nuevo me endilgaban los peores trabajos. Por ejemplo, este fiambre.
El almacén de especias al que llevé a Frontino se encontraba en el barrio comercial, lo bastante cerca del Foro para percibir el ajetreado murmullo de la plaza. Aún brillaba el sol y bandadas de palomas alzaban el vuelo contra el cielo azul. Un gato flaco sin el menor sentido de la oportunidad se asomó por la puerta abierta. Desde un edificio cercano llegó el chirrido de una polea y el silbido de un trabajador, aunque la mayoría de los depósitos parecían abandonados como suelen estarlo los almacenes y los lugares donde venden madera, sobre todo cuando quiero comprar un tablón barato.
Los guardias lograron saltar la cerradura. Frontino y yo nos cubrimos la boca con pañuelos y empujamos la pesada puerta. Un hedor caliente nos abofeteó las mejillas y retrocedimos; las ráfagas parecieron adherir la ropa a nuestra piel. Dejamos que el aire se aposentara y entramos. Nos detuvimos. Una oleada de terror primitivo nos obligó a hacer un alto.

Scroll al inicio