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Sexo, violencia, arte, cultura, búsqueda de una identidad…, todo ello dentro de los fluctuantes límites de una ciudad irreal llamada Bellona, sumergida en un mundo que sigue indiferentemente su camino y completamente aislada de él. Una galería de pesonajes y situaciones apasionantes: desde el misticismo del monasterio hasta la promiscuidad del nido de los escorpiones, desde la cruda realidad de una terapia psiquiátrica hasta la onírica irrealidad de una orgía tribal en torno al fuego, la búsqueda de una (¿inexistente?) verdad se convierte en un periplo reflejado paso a paso en un diario alucinante. ¿Dónde termina la fantasía y empieza la realidad? ¿Dónde termina la realidad y empieza la fantasía? Quizá la única respuesta se halle desde fuera de la ciudad maldita. O quizá, una vez salido de su influjo, todo empiece de nuevo.
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—Sólo vigile. Oh, sí, será mejor que vigile. Yo lo sé. Yo lo sé. —Agitó un dedo, retrocedió, dijo algo en español. Luego—: Van a atraparle…
—Mire, hombre —dijo Chico—, ¿quiere…?
—Está bien. Todo está bien. Simplemente vigile, ahora. ¿Por favor? Lo siento. Lo siento. —Su grueso cuello estaba empapado en sudor. Tiró de su jersey de lana—. Lo siento. Ahora déjeme solo, ¿eh? Van a… —De pronto miró a su alrededor, dio media vuelta, y se alejó pesadamente por el callejón.
—Jesucristo. —Una sonrisa flotó en el rostro de Denny—. ¿Qué… qué fue todo eso?
—No lo sé. —Uno de los libros había caído a la acera. El otro estaba inclinado en posición precaria en el bordillo.
—Quiero decir que este tipo simplemente aparece y empieza a empujarte de este modo. Creí que ibas a pegarle. —Denny agitó pesadamente la cabeza—. Hubieras debido pegarle. ¿Por qué salió así y se metió con nosotros de esta manera?
—No se metió contigo de ninguna manera. —Chico recogió los libros y volvió a metérselos en la espalda, debajo del cinturón.
—Simplemente está loco o algo así, ¿eh?
—Vamonos —dijo Chico—. Sí, está… loco.
—Jesucristo. Eso es realmente extraño. ¿Lo habías visto
alguna vez antes?
—Sí.
Caminaron.
—¿Qué hacía entonces?
—Más o menos lo mismo… una vez. ¿Las otras? Parecía más bien normal.
—Un chiflado —dictaminó Denny, y se rascó las ingles desde dentro de los bolsillos de sus pantalones—. Ella vive ahí. Creía que ya lo sabías. ¿No te lo dijo?
—No.
Denny frunció la nariz.
—Toda esta mierda en el aire. No creo que sea muy sano, ¿sabes? ¿Qué ocurre?
Chico se había detenido para sujetar una sección de la cadena que cruzaba su estómago. Un círculo de cristal distorsionó la yema de su pulgar, convirtiéndola en el flanco de una cebra; sucias depresiones espiralaban la piel.
—Vive ahí delante —repitió Denny, cautelosamente.
—De acuerdo.
Torcieron hacia la calle, al paso.
—Es un hermoso lugar.