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He aquí por fin la esperada novela ganadora del premio Nebula. En ella Delany obtiene su primer gran galardón, catapultándolo a la fama.
Rydra Wong, la poetisa de la Alianza de los Pueblos Terrestres, debe descifrar el misterioso lenguaje Babel-17. La amenaza de los Invasores sólo puede ser detenida comprendiendo su lenguaje. Así comienzan las peripecias de Rydra, que junto al Capitán Brass, Calli, Ron y Mollya Twa -la Navegante Uno que llegó de la muerte-, forman una extraña tripulación en busca de un enigma.
Samuel R. Delany nació en 1942 en el barrio de Harlem, Nueva York. Sin embargo, su educación y cultura están muy lejos del ghetto negro. A los veinte añas publica su primer libro de ciencia-ficción: «Las joyas de Aptor» (1962), y desde entonces es uno de los líderes -junto a Thomas M. Disch y J. G. Ballard- de la New Wave.
La obtención del codiciado premió Nebula por «Babel-17» (1966) no hizo más que consagrar su talento.
Este libro es -junto a «La intersección de Einstein»- su obra más sútil y elaborada, una verdadera aventura del lenguaje, tanto en la trama -Babel-17- como en lo literario, constituyendo un ensamble casi perfecto.
Además es un homenaje a su esposa, la poetisa Marylin Hacker, quien sin duda inspiró el personaje de Rydra Wong.
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…He aquí el eje de la ambigüedad.
Espectros eléctricos salpican la calle.
El equívoco anuda los ensombrecidos rasgos
de muchachos que no son muchachos; una curva de sombra
marchita hasta la senilidad una boca llena
o la desbasta hasta una hoja de navaja,
vierte ácido sobre una mejilla de ámbar…
o se estrella en el arco pélvico
y hace manar un negro coágulo que exuda sobre un pecho
disipado con un gesto o un relámpago de luz,
que hincha los labios y los salpica de sangre…
Dicen que la misma turba brota de las calles
y vuelve a sumergirse, como la madera a la deriva
que la marea trae a la costa y que la resaca devuelve,
sólo para volver a golpear la arena,
sólo para girar en remolino y ser llevada lejos.
Madera a la deriva; las estrechas ancas, los ojos líquidos,
los hombros inclinados y el rudo molde de las manos,
los grises rostros de chacal que se arrodilla ante su presa.
Los colores desaparecen al romper el día
cuando los vagabundos en los muelles del oeste se cruzan
con jóvenes marineros que marchan por la calle hacia su nave…